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Actualizado: 20 de noviembre de 2025


Las antiguas, o sea las que llevaban ya veinte o más años de pedir en aquella iglesia, disfrutaban de preeminencias que por todos eran respetadas, y las nuevas no tenían más remedio que conformarse. Las antiguas disfrutaban de los mejores puestos, y a ellas solas se concedía el derecho de pedir dentro, junto a la pila de agua bendita.

Pero al salir, al llegar a la puerta, se volvió de repente y con ademán solemne, como sacerdote de ópera, exclamó: Exijo a usted, como padre espiritual que he sido y creo que soy todavía, de usted, le exijo en nombre de Dios... que... si esta... noche... sorprendiera usted... algún nuevo... atentado... si ese infame, que ignora que usted lo sabe todo, volviera esta noche.... Yo que es mucho pedir... pero un asesinato no tiene jamás disculpa a los ojos de Dios, aunque la tenga a los del mundo.... Evite usted que ese hombre pueda llegar aquí... pero... ¡nada de sangre, don Víctor, nada de sangre en nombre de la que vertió por todos el Crucificado!...

Su devoción consistía en presidir muchas cofradías, pedir limosna con gran descaro a la puerta de las iglesias, azotando la bandeja con una moneda de cinco duros, regalar platos de dulce a los canónigos, convidarles a comer, mandar capones al Obispo y fruta a las monjas para que hicieran conservas.

Por fin, el trapero enseñaba lo mejor de la casa: unas cuantas tablas colocadas entre la cama y la pared, y en ellas montones de gruesos platillos, docenas de tazas de la loza fuerte usada en los cafés, pilas de vasos metidos unos en otros. Si quisiera dijo el tío Polo , podría convidar a todo el barrio de las Carolinas sin tener que pedir prestado a nadie.

Sentía Ponte Delgado vivas ganas de pedir explicaciones al tipo aquel por su mirar impertinente. La causa de este no podía ser otra que la novedad que Frasquito ofrecía al público con el despintado de su rostro, y el buen caballero se decía: «¿Pero qué le importa a nadie que yo me arregle o deje de arreglarme?

Este animal sólo existe en la región asoleada del olivo, y París, donde vivió La Fontaine, no tiene olivos. Es indudable que tomó esta historia de los griegos. Los niños de la Atenas de Pericles, al ir á la escuela con su capacito de esparto lleno de higos secos y de olivas, se contaban el cuento de la cigarra imprevisora que tuvo que pedir un préstamo á la hormiga.

Padre tengo, que os conoce y que me quiere bien, el cual, sin forzar mi voluntad, cumplirá la que será justo que vos tengáis, si es que me estimáis como decís y como yo creo. »Por este billete me moví a pedir a Luscinda por esposa, como ya os he contado, y éste fue por quien quedó Luscinda en la opinión de don Fernando por una de las más discretas y avisadas mujeres de su tiempo; y este billete fue el que le puso en deseo de destruirme, antes que el mío se efetuase.

¡Las cuatro! ¡La comida! me dijo una voz de criado, una voz de entonación servil y sumisa; en el hombre que sirve hasta la voz parece pedir permiso para sonar.

A la pregunta de cajón sobre el nombre, linaje y condiciones de la novia, replicó el silbante que la conceptuaba muy rica, y tan buena que no había más que pedir. Pronto se supo que era hija de una sastra, que pespuntaba con primor, y que no tenía más dote que su dedal. «Bien, niño, bien le dijo una tarde Doña Paca . Me he lucido con mis hijos.

Iba á abrir la boca para pedir el telegrama, cuando vió al empleado desaparecer con él en el cuarto donde estaban los aparatos de transmisión. Desistió ante las explicaciones que tendría que dar; suspiró y salió pensando: "¡Sea lo que Dios quiera! Después de todo, puede que Mauricio sea más razonable á los veintiocho años que su tutor á los sesenta."

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