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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y, apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo: -Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.

Cuando parte de esta historia fue contada, al joven le faltó poco para que se le saltaran las lágrimas. La tierna criatura sin más amparo que su madre pobre, la aflicción de esta al verse abandonada, eran en verdad un cuadro tristísimo que partía el corazón. ¿Por qué no le citó ante los tribunales? Es lo que debía haber hecho. A estos tunantes hay que tratarles a la baqueta.

12 Huyan, huyan reyes de ejércitos; y la moradora de la casa partía los despojos. 15 Monte de Dios es el monte de Basán; monte alto el de Basán. 16 ¿Por qué saltasteis, oh montes altos? Este monte amó Dios para su asiento; ciertamente el SE

El chambergo de fino fieltro con airosa pluma blanca, algo inclinado sobre la oreja derecha, ocultaba en parte la cicatriz de una larga herida que partía desde la sien; la mitad de aquella oreja se la llevó una bala de bombarda allá en Tournay, en las guerras de Flandes.

Esos días partía de Trembles con la banda en el bolsillo y se la ceñía al entrar en la sala de sesiones y acompañaba de buena voluntad las formalidades legales de una pequeña arenga que producía excelentes efectos. Dos veces en una misma semana, tuve ocasión de presenciar esa escena en la época de que hablo.

Y dejando caer los pétalos de una flor, que deshojaba, arrojé al mismo tiempo mis miedos, mi pusilanimidad y mis anteriores timideces. Comprendí que ya no era la misma, y me dormí consolada. Esa noche soñé que mi tía, transformada en dragón, luchaba contra Francisco I, que la partía con una gran espada.

Dieron en darme de comer cuanto ellos podían, y gustaban de ver que cuando me daban nueces o avellanas, las partía como mona, dejando las cáscaras y comiendo lo tierno. Tal hubo que, por hacer prueba de mi habilidad, me trujo en un pañuelo gran cantidad de ensalada, la cual comí como si fuera persona.

Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía comigo del caldo, que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan y ¡pluguiera a Dios que me demediara! Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y enviábame por una, que costaba tres maravedís.

Brillante se moría de una enfermedad extraña, de un nombre raro que Nelet no podía recordar; pero lo cierto era que estaba ya en la agonía. Y el pobre caballo, como si quisiera afirmar las palabras de su amigo o reconociese a sus amas, levantaba la pesada cabeza, lanzando su estertor angustioso. Aquello partía el corazón a las tres mujeres. ¡Brillante! ¡Pobrecito Brillante...!

Quitóse el sombrero y mostróme el rostro; calzaba dieciséis puntos de cara, que tantos tenía en una cuchillada que le partía las narices. Tenía otros tres chirlos que se la volvían mapa a puras líneas. -Estas me dieron -dijo- defendiendo a París, en servicio de Dios y del Rey, por quien veo trinchado mi gesto, y no he recibido sino buenas palabras, que agora tienen lugar de malas obras.

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