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Actualizado: 12 de julio de 2025
Pero enseguida reflexionó que ni por aquella ciudad pasaba río alguno, ni él tenía vocación de suicida. Pasó junto al café de la Oliva, donde solía tomar Jerez con bizcochos algunos domingos, al volver de misa mayor, y el deseo de un albergue amigo le penetró el alma. Entró, subió al primer piso, que era donde se servía a los parroquianos. Se sentó en un rincón oscuro. No había consumidores.
LEONIE. Afortunadamente, di con la señora Boel, que se portó muy bien conmigo. A esta casa vienen solamente personas distinguidas, que no tienen maneras brutales y que pagan convenientemente. ¡Qué diantre...! ¡Son como parroquianos...! La casa está habitada por familias burguesas. Ninguno de los inquilinos sospecha que haya aquí una casa de citas.
Cada loco con su tema; la locura de mi pariente es arreglarlo todo con números... Con ellos se ha enriquecido, robando a la Hacienda y a los parroquianos; con ellos quiere al fin de la vida salvar su alma, y a los pobres nos recomienda la medicina de los números, que a él no le salva ni a nosotros nos sirve para nada. ¿Con que acierto? ¿Fue esto lo que te dijo? Sí, señora.
No estaban en él sino los parroquianos habituales, el cura, el preceptor, el doctor Desmarest, y en fin el general de Saint-Cast y su mujer, que habitan, como el doctor, en la pequeña ciudad vecina. La señora de Saint-Cast, que parece haber llevado á su marido una bella fortuna, estaba entretenida, cuando entré, en una animada conversación con la señora de Aubry.
El Casino les arrebata todos los parroquianos, y este triunfo es tanto más notable, cuanto que, frente al cielo azul, al verde mar, a los bosques sombríos, al Sol radiante y a las montañas augustas y solemnes, la dirección del establecimiento no ha puesto más que una esfera giratoria con 37 números. Es, como si dijéramos, la bancarrota de la Naturaleza.
A la sombra de los altos plátanos funcionaban las peluquerías de la gente huertana, los barberos de «cara al sol». Un par de sillones con asiento de esparto y brazos pulidos por el uso, un anafe en el que hervía el puchero del agua, los paños de dudoso color y unas navajas melladas, que arañaban el duro cutis de los parroquianos con rascones espeluznantes, constituían toda la fortuna de estos establecimientos al aire libre.
Á pesar de su vocación metafísica y de la atención intensa que necesitaba para desenvolver sus intrincados razonamientos, jamás se equivocaba en el número de vasos de sidra ó vino que escanciaba á los parroquianos.
Iba a Valencia en invierno para oír las óperas que elogiaban los diarios, y en un rincón de su tienda tenía montones de novelas y periódicos ilustrados, reblandecidos por la humedad y con las hojas gastadas por el continuo roce de los parroquianos.
Tras el mostrador estaba la mujer de Tocino con su hijo, un adolescente amarillucho, de movimientos felinos. Eran vascongados, pero Aresti encontraba en sus ojos duros, en la melosidad con que robaban á los parroquianos despreciándolos, y en su aspecto miserable, algo que le hacía recordar á los judíos. La gente del contorno les odiaba.
Fermín, por respeto y por asco obedecía, y cuando el estrépito era horrísono, tapaba los oídos y procuraba enfrascarse en el trabajo hasta olvidar lo que pasaba detrás de aquellas tablas, en la taberna. Algo más que las reyertas entre los parroquianos ocultaba Paula a su hijo.
Palabra del Dia
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