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Actualizado: 12 de julio de 2025


En la calle no se encuentra sino al pobre vendedor de legumbres, sucio y harapiento; los barberos afilan filosóficamente sus navajas, detras de sus celosías bajas; los aguateros asturianos empiezan su tarea, arriando sus diminutos pollinos cargados de pequeños toneles de agua; los mozos de café, trasnochados por sus innumerables é inamovibles parroquianos, bostezan, se estiran voluptuosamente, y hacen traquear sus coyunturas como matracas.

Se hacía tarde, é iban á quejarse los parroquianos. Y la vaca y el ternerillo trotaban por el centro del camino de Alboraya, hondo, fangoso, surcado de profundas carrileras.

El feroz minero dejó de reir y le lanzó una mirada torva. Los parroquianos rieron discretamente y admiraron el valor de Martinán.

Al fin se decidía. Realizaba un esfuerzo de voluntad, como el que va á arrojarse de una altura, y siguiendo el borde de la acequia, con paso ligerísimo y el equilibrio portentoso que da el miedo, pasaba veloz ante la taberna. Era una exhalación, una sombra blanca que no llegaba á fijarse por su rapidez en los turbios ojos de los parroquianos de Copa.

Ayudaban a la dueña de la casa en la rebusca del género, y además el carro de ésta le traía el saco al regresar de Madrid. El tenía buenos parroquianos. Desde su juventud explotaba una de las mejores calles, toda ella de señorío que comía bien. Con las sobras podía engordar como un fraile, si le gustase comer.

En el piso principal de la misma casa, los balcones se hallaban abiertos de par en par. Por ellos salían voces, risas desentonadas y chasquidos de bolas de billar, que afortunadamente llegaban muy debilitados al soportal. Era el café de la Estrella, concurrido hasta las altas horas de la noche por una docena de indefectibles parroquianos.

Todos los parroquianos se reían, y hasta el mismo cafetinero desarrugaba el ceño, a pesar de que conocía el final de tales bromas y lo mucho que costaba ponerlos en la calle. Pero al beber otra vez, tornáronse melancólicos.

¡Qué hermosura! ¿eh? Toda mi vida me ha costado el reunirlo. Y no te creas que he apandado nada de mal modo: todo en la basura... Yo he tenido grandes parroquianos, todos gentes ricas. Maltrana había cesado de mirar el tesoro, para contemplar a la Mariposa con unos ojos en los que se leía el asombro y la compasión al mismo tiempo. ¿No hay más, abuela? preguntó dulcemente . ¿Sólo tiene usted esto?

En la puerta de la imprenta un joven de veintidós años, más o menos, parado sobre una mesa que interceptaba completamente el zaguán de entrada, repartía con dos o tres hombres el boletín de noticias que acababa de imprimirse, y contestaba vivamente a las diferentes preguntas que le hacían los parroquianos con una vocecita tiple y chillona, que en vano se esforzaba por hacer varonil.

Oirla nuestro periodista y dejarse caer al suelo en cuatro patas, fué todo uno. De esta suerte fué caminando sigilosamente hasta que alcanzó de nuevo la puerta, y se salió a toda velocidad. Cuando supuso que estaba ya muy lejos, uno de los parroquianos gritó: Alvaro, ¿sabes quién acaba de estar aquí? ¿Quién? Sinforoso: ahora mismo se ha ido.

Palabra del Dia

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