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Actualizado: 29 de junio de 2025


Al comenzar mi viaje á la Andalucía quiso la fortuna protegerme. No podian hablar ni una palabra en español, y parecian ser sujetos de distincion, capaces de agradar é instruir á un compañero. Su itinerario era igual al mio, y tenian para la ventaja de no ser parisienses.

Vamos a fundar colonias parisienses en la llanura de Passy, en la llanura de Monceau, en los barrios que antes no eran absolutamente París, y que aun hoy no lo son del todo. Entre estas colonias extranjeras, la más numerosa, la más rica, la más brillante, es la colonia americana. Llega un momento en que el americano se siente bastante rico; el francés, jamás tiene bastante.

Después de paladear la fruta hermosa, pero un poco insípida, de las burguesas madrileñas y morder en la guindilla de las chulas, las cortesanas parisienses, tan elegantes, tan ingeniosas y cultas, le parecían un bocado exquisito. Y hay que confesar que supo aprovecharse. En poco tiempo fue popularísimo entre ellas. Le llamaban riendo el fidalgo español.

Pregúntase entonces si la existencia de un honrado menestral, entre su mujer que le quiere y sus hijos que se hacen hombres poco a poco, no ofrece en realidad una suma de satisfacciones más verdaderas que aquellos mentidos placeres parisienses de que tan poco disfruta. ¿El, Delaberge, encadenado a su oficina, ocupado desde la mañana a la noche en dar vueltas a la rueda administrativa, no permanece extraño a las cosas del corazón y de la inteligencia cien veces más que ese propietario que vive olvidado en su pueblo?

La mujer que salvó á los parisienses de Atila y Meroveo con su palabra y con su fe; la que los salvó de los normandos con su ataud; aquella mujer que salvó á un pueblo con un puñado de cenizas, cuyo polvo fué más poderoso y más valiente que la pica de los guerreros, era una muchacha llamada Genoveva; la misma muchacha que rompió á llorar, oyendo la voz de San German de Augerre; la misma á quien dió el santo la medalla de cobre con la efigie del Salvador; una muchacha á quien Nauterre llama hija, á quien la Iglesia llama santa, á quien Paris llama Patrona, á quien yo llamo un nobilísimo carácter histórico.

No había nada nuevo. «Lo mismo que hacen las parisienses más pervertidas, lo sabían y hacían las meretrices de Babilonia y de Cerbatana». Paco padecía distracciones cada vez que se remontaba a la historia antigua. Esta Cerbatana era Ecbátana, pero él la llamaba así por equivocación indudablemente. Ya sabía a qué ciudad se refería. Era una que tenía muchas murallas de colores diferentes.

Hiciéronle la corte a madama Scott, hiciéronsela enormemente... se la hicieron en francés, en inglés, en italiano, en español; pues conocía los cuatro idiomas... esta es otra ventaja que tienen las extranjeras sobre las parisienses, que generalmente no conocen más que la lengua materna y no tienen el recurso de las pasiones internacionales.

Entonces se difundió la noticia en los círculos parisienses y la supo Tragomer. El ganadero era demasiado conocido en el mundo que se divierte para que no le hubiera encontrado Marenval. Su modo de conocerse sirvió de texto durante veinticuatro horas á las murmuraciones de la buena sociedad.

El hecho era grave, y aquel despilfarro rompería de un modo harto brusco las tradiciones de la familia. Mas ¡era tan hermosa la manteleta...! Los parisienses la habían hecho para ella... Se determinaba, ¿ o no? Se determinó, , y para explicar la posesión de tan soberbia gala, tuvo que apelar al recursillo, un tanto gastado ya, de la munificencia de Su Majestad. Aquí de las casualidades.

Antes, París pertenecía a los parisienses, y este antes no está muy lejos de nosotros, treinta o cuarenta años apenas. Los franceses, en esta época, eran dueños de París, como los ingleses lo son de Londres, los españoles de Madrid y los rusos de San Petersburgo. Pasaron esos tiempos. Los otros países tienen aún fronteras, pero la Francia ya no las tiene.

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