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Actualizado: 29 de junio de 2025


De donde ¡alguna puñalada por la noche....., y pare usted de contar! Las sucursales de los bufos madrileños, sucursales á su vez de los bufos parisienses, han desnaturalizado un poco las costumbres del pueblo bajo granadino.

Estaba en todos los golpes de petits mots, sabía sacar partido de esas deducciones híbridas de las palabras, que los parisienses consiguen hacer con los dientes superiores y la nariz, indicando apenas las expresiones hasta casi llegar a formar una charla de monosílabos breves, rápidos, fugaces y casi eléctricos, que hacen la desesperación de todos los que han aprendido el francés por el Ollendorf.

Dotados de un carácter flexible y bastante novelero, si salen de su país intolerantes, extremosos y un tanto huraños, vuelven parisienses por los cuatro costados, olvidándose, por una metamorfosis completa, de la sencillez de sus costumbres primitivas.

Eran las ocho y media. Todos los parisienses conocen este lindo grupo de doscientas casas cuyos habitantes son más ricos, más limpios y más instruidos que la generalidad de los aldeanos. Cultivan la tierra como jardineros, y no como campesinos, y los campos de su término parecen en primavera un pequeño paraíso terrenal.

¡Y, entretanto, nadie piensa en visitar la Auvernia y los Pirineos! ¡Oh, viajeros parisienses, viajeros de imitación; ignoran ustedes que sin salir de Francia encontrarán cascadas, aludes y picos escarpados; ignoran que esos Pirineos, que les pertenecen, que son algo así como la propia casa de ustedes, ofrecen vistas tan graciosas, escenas tan sublimes, espectáculos tan grandiosos como los mismos Alpes!

Era uno de esos vehículos prehistóricos de forma anticuada y muelles rechinantes que salen de no se sabe qué depósito de antiguallas para la temporada balnearia y en los que se amontonan dócilmente las más elegantes parisienses, cuyos frescos y airosos trajes hacen resaltar más la desagradable vejez de las banquetas de terciopelo ajado.

A menudo se dan objetos que tienen un verdadero valor, por otros que no tienen ninguno, sino el de la moda o el capricho. La sola palabra chic, abreviatura del nombre de un menestral borracho que bailaba el can-can primorosamente, ha producido a todas las industrias parisienses, legítimas e ilegítimas, un número considerable de millones.

Las camisas, bien cortadas, sin bordados ni primores de mal gusto, pero también sin buches, vinieron de las mejores casas parisienses que a la sazón había, correspondientes a las de Charvet y Tremlett de ahora.

Todos encuentran seres simpáticos, son las buenas fortunas de la vida mundana; en la movilidad y extensión de las relaciones parisienses, no duran con frecuencia más que el espacio de una comida, u otra reunión. Gustan uno de otro, llegan a exaltarse, confíanse sus secretos, llegan casi hasta a amarse, y no vuelven a verse hasta el año siguiente. Hay que empezar de nuevo.

La opinión de los pinches vale, en caso semejante, tanto como la de los deshollinadores... Todo no había concluido aún para Zuzie y Bettina, por el contrario, todo empezaba. Cinco minutos después, el carruaje de madama Scott subía por el bulevar Haussmann al trote lento y cadencioso de dos soberbios caballos; París contaba dos parisienses más.

Palabra del Dia

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