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Pero cada día era mayor la repugnancia de Anita a pisar la calle; la humedad le daba horror, la tenía encogida, envuelta en un mantón, al lado de la chimenea monumental del comedor tétrico, horas y horas, de día y de noche. Don Víctor no paraba en casa. Si no estaba de caza, entraba y salía, pero sin detenerse; apenas se detenía en su despacho. Le había tomado cierto miedo.

Todos se abrazaron y quedaron de darse noticia de sus sucesos, diciendo don Fernando al cura dónde había de escribirle para avisarle en lo que paraba don Quijote, asegurándole que no habría cosa que más gusto le diese que saberlo; y que él, asimesmo, le avisaría de todo aquello que él viese que podría darle gusto, así de su casamiento como del bautismo de Zoraida, y suceso de don Luis, y vuelta de Luscinda a su casa.

A la mitad desta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y pensativo de lo que había oído decir que ahora no se usaban caballeros andantes, y que todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras, y propuso en su corazón de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejalle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo.

¿Cuándo? ¿Y todavía me lo preguntáis? ¿No me he pasado tres siglos quieto, quietecito, colgado siempre de la pared, sin moverme, sin pediros en préstamo ni un maravedí, mi querido consuegro, sin haceros una guiñada, «sage comme une image»? ¡Bien sabéis que muchas veces me ha picado la nariz, porque se paraba una mosca encima, y que ni a escondidas he desprendido la mano de la cintura para rascarme!

El segundo, rudo y torpe, hacía vida montaraz y sólo paraba en Rucanto el tiempo preciso para comer y dormir; algunas veces, para pedir dinero y, con escasa frecuencia, para mudarse de ropa. Tenía el cuerpo recio, los ojos turnios, áspera la voz y fiero el ademán. Era mocero y borracho; se llamaba Andrés.

A pesar de que Ozores pedía a grito pelado la emancipación de la mujer y aplaudía cada vez que en París una dama le quemaba la cara con vitriolo a su amante, en el fondo de su conciencia tenía a la hembra por un ser inferior, como un buen animal doméstico. No se paraba a pensar lo que podía necesitar Anita.

Pero él era muy filósofo: no se paraba en ciertos requisitos que otros miran mucho. El ama, al proponerle el matrimonio, había pensado: «Esto es algo fuerte; pero ¡ay de él si se subleva!». Froilán no se sublevó. Juana era muy buena moza y sabía cuidar a un hombre.

Bueno estaría que ahora que vamos a perder a Cuba, resto de nuestras grandezas, nos diéramos esos aires de señores y midiéramos el paso.... La Regenta no oía a su marido; el drama empezaba a interesarla de veras; cuando cayó el telón, quedó con gran curiosidad y deseó saber en qué paraba la apuesta de don Juan y Mejía.

Luisa, muy pálida, y Catalina, con la cabellera gris suelta, se hallaban de pie sobre la paja del trineo. El doctor Lorquin, delante de ellas, paraba los golpes con su sable, y, mientras batía el hierro, les gritaba: ¡Tendedse, con mil demonios, tendedse en el trineo! Pero ellas no lo oían.

, muy extremoso replicó Butrón , pero también muy atolondrado. ¿A que no te pone señas ningunas?... No, ningunas... Pues ya ves, a tampoco me las ha dejado, y me precisa enviarle ciertas instrucciones que después de su marcha he recibido... Por eso venía a preguntarte esta noche si sabías dónde paraba.