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Actualizado: 25 de junio de 2025
Acercose velozmente a ellos y cuando ya estuvo próximo exclamó con sorpresa: ¡Si es el paisano Barragán...! Pero Barragán ¿tú por aquí...? Y sin vacilar se acercó a él y ambos quedaron abrazados. Elena en el colmo de la desesperación le gritaba: ¡Germán, no le abraces! ¡por la Virgen no le abraces...! ¡Mira que va a echarte un lazo al cuello...!
Pasaba tres o cuatro horas y a veces más cerca de ella en aquel rincón, donde únicamente les turbaba de vez en cuando la visita de algún paisano que traía a moler su fuelle de maíz. El molino estaba adosado a la peña, medio oculto entre el follaje. Tan sólo se vislumbraba el color rojo del techo.
Pero, en general, se debe confesar que Martinán no se sumía en estas obscuridades de la lógica sino cuando algún paisano tenía la mala ocurrencia de hacerle beber quieras que no unas copas de aguardiente. Formaban la base de su sistema ciertos axiomas que consideraba fuera de discusión.
Mientras duró esta breve conversación los amigos de Tristán se burlaban de lo lindo, aunque en voz baja, del paisano. «¡Guardias, socorro!» exclamaba uno . «Tome usted la cartera. ¡No me haga usted daño por Dios!» decía otro llevando la mano al bolsillo . «Pues habla en diminutivo con mucha dulzura.» «Será un bandido generoso como Diego Corrientes.» «Mirad qué pálido se ha quedado Aldama.»
Si no lo hay ¿quién hizo este mundo? ¿Morimos para siempre o resucitamos después en otra vida? ¿Por qué nacemos? ¿por qué morimos? ¿Qué es el cielo? ¿qué es el infierno? Tales eran las graves cuestiones metafísicas que se agitaban incesantemente en el cerebro tenebroso del paisano Barragán.
¡A ver!... Déjenme sentar a mí también les dijo Melchor, quiero verles las caras. La pareja unida se corrió hacia un lado, dejando sitio junto al paisano; pero Melchor le dijo a éste, metiendo el cabo de su rebenque entre él y su compañera: No, yo en el medio.
Ripamilán, que tenía los ojillos como dos abalorios, gritaba: ¡Fuera ese iconoclasta! ¡Las hortalizas, las hortalizas! ¿Eso quiere decir que a V. E., señor Marqués, la religión, el arte y la historia le importan menos que un rábano? ¡Bravo, paisano! gritó don Víctor, en pie, con una copa de Champaña en la mano.
Con el título arriba estampado se designa cierta novela, que hará ya ocho siglos o siete y medio por lo menos, compuso un paisano de mi antiguo y buen amigo el autor de El sombrero de tres picos, de La pródiga, y de El niño de la bola. Aunque sólo fuera por esto, me sería a mí simpática la novela de que voy a hablar, novísima ya a fuerza de ser antigua.
Pero una vez en la calle el paisano les llevaba gran ventaja porque conocía ya bien las de Madrid y pudo muy presto ocultarse a su vista, mientras ellos no tardaron en ser detenidos por los guardias de orden público.
Baldomero alcanzó a oír la pulla y levantándose fue hacia quien la había lanzado y le dijo: Vea, Martín: estos señores están conmigo, ¿entiende? ¿Y yo qué hago? No le digo más respondió Baldomero, disponiéndose a volver a su asiento; pero al hacerlo oyó que el paisano decía como en un rezongo: ...¡Tá lindo... no va a poder hablar uno!...
Palabra del Dia
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