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Actualizado: 25 de junio de 2025
Los comensales llegaron al monte en el que habitualmente no se oía más ruido que el cantar de los pájaros y el seco «tac» de los duraznos que caían, de las ramas al suelo, en el último grado de madurez. ¡A ver gritó un viejo paisano, bajo, grueso, apellidado Montero, si echan reses a la playa!
Era de Reynoso; se informaba de su salud, de la de su madre y amigos de la casa, le hablaba en tono jocoso de su viaje, de su vida en aquellas soledades; por último, antes de despedirse le decía que había llegado a sus oídos por medio de un paisano recién desembarcado que se casaba. Le daba la enhorabuena y lo mismo a su mamá y le deseaba toda suerte de felicidades. Elena tuvo una inspiración.
Yo le había caído en gracia, no sé por qué, tal vez por ser también apacible de carácter y escuchar siempre con deferencia lo que me dicen. Me presentó al mozo que le servía como paisano. ¡Ah! ¿Es usted asturiano también? me preguntó éste, muy risueño, limpiando con un paño la mesa. No; soy gallego. Entonces no somos paisanos repuso con marcada frialdad, retirándose. Villa soltó una carcajada.
¡A rebencazos te voy a tapar la jeta! le dijo en voz baja Baldomero, como para evitar ser oído por los demás. ¡Cualquier día! respondió el paisano tomando disimuladamente un botellón que tenía delante. ¡Soltá eso!... ¡Si no estuviera con estos señores! repuso Baldomero en voz aún más baja. ¡Cuando quiera, no más!
El tal morrión inconmensurable se estaba viendo, sí, sobre la cabeza de aquel buen señor por la fuerza de la analogía, aunque estaba descubierto y vestido de paisano. Pero si por un hilo se saca un ovillo, suele también sacarse por una cara un morrión, y así se podía decir a boca llena que nuestro individuo era militar y por más señas ayacucho.
Tan casero era don Manuel, que apenas pasaba año sin que los discípulos tuviesen ocasión de celebrar, cuál con una gallina, cuál con un par de pichones, cuál con un pavo, la presencia de un nuevo ornamento vivo de la casa. Y ¿qué ha sido, don Manuel? ¿Algún Aristogitón que haya de librar a la patria del tirano? ¡Calle usted, paisano, calle usted; un malakoff más!
Entonces era cuando entraba don Amadeo Bedoya, capitán de artillería, en traje de paisano, embozado en un carrick de ancha esclavina. Miraba bien... no había nadie... la obscuridad le favorecía.
Es un sitio encantado, con buenos restauranes, donde se almuerza siempre con ostras y champagne y donde los ángeles camareros no le presentan a uno la cuenta ni quieren recibir propina. El paisano sonrió, pero poniéndose pronto serio exclamó como si se hablase a sí mismo: Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
En efecto, el paisano Barragán se sintió acometido en el templo por un tropel de ideas metafísicas. Desde niño, en que se fuera a América, no había entrado en una iglesia más que el día en que se casó con la viuda, hacía ya bastantes años. En aquella sazón los afanes matrimoniales no permitieron el paso a los pensamientos ultramundanos que ahora soplaban lúgubremente por su cerebro vacío.
Sólo por los ruegos de Clara, a quien adoraban, consintieron en quedarse. Hacía ya dos meses que había nacido el niño y corrían los últimos días del mes de junio. Una noche, antes de ponerse a comer, cuando aún estaba Tristán en su despacho, entró una doncella a anunciarle que preguntaba por él aquel caballero que los señoritos llamaban paisano...
Palabra del Dia
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