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Actualizado: 16 de junio de 2025
Ante esta proposición quedaron un instante perplejos Lorenzo y Ricardo, que sentían vehementes deseos de aceptarla; pero éste se limitó a preguntar: ¿Queda de camino? Eso es lo de menos; los caballos son guapos... y así de paso dejaban la canastita que la veo aquí... ¡pero sin el moño!... Y sin los duraznos repuso Ricardo.
Los duraznos los comimos anoche intercedió Melchor, pero yo no me he comido el moño. ¡Ni yo! ¡Ni yo tampoco! Yo sé decir dijo Baldomero, que anoche cuando la puse aquí lo tenía. Se lo habrán comido los ratones dijo Ricardo. ¡Eso ha de ser! dijo irónicamente Baldomero, agregando: ¡Miren que no haber caído en la cuenta! A propósito, Baldomero, ¿quiere pedir la cuenta a Garona?
En entrando en los lugares do habían de presentar la bula, primero presentaba a los clérigos o curas algunas cosillas, no tampoco de mucho valor ni substancia: una lechuga murciana, si era por el tiempo, un par de limas o naranjas, un melocotón, un par de duraznos, cada sendas peras verdiniales.
La comida siguió sin nuevos incidentes hasta el preciso momento en que don Saverio ponía sobre la mesa un fuentón de duraznos en almíbar y una gran caja de guayaba, cuando apareció por la puerta el «ñato», con una preciosa canasta en la mano y parándose junto a Melchor, le dijo: Aquí le manda el patrón estos duraznos y dice que son de la chacra, para que convide a sus amigos y que muchos recuerdos.
Los comensales llegaron al monte en el que habitualmente no se oía más ruido que el cantar de los pájaros y el seco «tac» de los duraznos que caían, de las ramas al suelo, en el último grado de madurez. ¡A ver gritó un viejo paisano, bajo, grueso, apellidado Montero, si echan reses a la playa!
Ribera fué dueño de la espaciosa huerta que conocemos, en Lima, con el nombre de Huerta perdida. Poseía una fortuna de trescientos mil duros, adquirida haciendo vender por sus mitayos higos, melones, naranjas, pepinos, duraznos y demás frutas desconocidas hasta entonces en el Perú.
Y habiendoles perorado uno de los capitanes una breve oracion fúnebre, salieron de la capilla, pero con tan grave rostro y furioso semblante, que no hablaron, ni saludaron á los PP. que estaban presentes: antes bien despidieron prontamente al cura que les hablaba, y diciendo que no tenian cosa alguna que tratar, se fueron á la espalda de una huerta de duraznos, en donde se acamparon, y despues, habiendo entrado en la huerta, se hartaron de frutas, de que estaban cargados los árboles.
No te demores... que yo también quiero bañarme y usted acompáñeme a traer duraznos... Como quiera, don Ricardo. Vamos. Al dirigirse al monte de durazneros cruzaron el jardín en silencio; pero al entrar en aquél, dijo Ricardo: Baldomero, en los pocos días que lo he tratado me ha parecido encontrar en usted un hombre serio, de experiencia y capaz de dar un consejo. Usted dirá, don Ricardo.
Naranjos blanquecinos de diaspis; duraznos rajados en la horqueta; membrillos con aspecto de mimbres; higueras rastreantes a fuerza de abandono, aquello daba, en su tupida hojarasca que ahogaba los pasos, fuerte sensación de paraíso.
Palabra del Dia
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