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Actualizado: 11 de junio de 2025
Este ruido cesó a una señal imperiosa del domador, que con su instrumento de viento en el brazo izquierdo se acercó a una escalera de mano próxima a la entrada, subió dos o tres peldaños, tomó una varita y señalando las monstruosas figuras pintarrajeadas en los lienzos, dijo con voz enfática: Aquí verán ustedes los osos, los lobos, el león y otras terribles fieras.
No cabe duda que entre esos restos humanos, mezclados con los de rinocerontes, hienas y osos de las cavernas, ninguno encerraba el cerebro de un Esquilo ó de un Hiperco; pero ni Hiperco ni Esquilo hubieran existido si los primeros trogloditas divinizados por los griegos con el símbolo de Hércules, no hubiesen conquistado el fuego del rayo ó del volcán, si no hubiesen fabricado armas para limpiar la tierra de los monstruos que la poblaban, si no hubieran así, en una inmensa batalla que duró siglos y siglos, preparado para sus descendientes las épocas de relativo descanso, durante las cuales se ha elaborado el pensamiento.
Hay que confesar, no obstante, que la conducta de Manín, ofreciendo repetidas veces a sus amigos llevarles a cazar el oso, sin que jamás cumpliera la promesa, la prestaba cierta verosimilitud. Pero el profesar respeto a la salud e integridad de los osos de su país ¿es acaso motivo suficiente para arrojar a un hombre a la cara el calificativo de zampatortas? Nadie osará afirmarlo.
CHERINOS. Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros; todo viviente se guarde; que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzas de Hércules, con espadas desenvainadas. JUAN. Ea, señor autor, ¡cuerpo de nos! ¿Y agora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?
Y vuelve a las tajadas de pan con más ardor que antes, dando quizá con esto la razón a los envidiosos de la aldea, que no querían oír hablar de los osos que había matado y se emperraban en llamarle zampatortas. Vamos, niña, di cómo lo has visto manifiesta la simpática Consuelo, que venía en la diputación.
Tenían una cama pequeña para el oso pequeño, una cama mediana para el oso mediano, y una cama grande para el oso grande. 15 Y esto era todo. Una mañana tenían sopa para el almuerzo. Echaron la sopa en los platos. Pero la sopa estaba tan caliente que no podían tocarla con la lengua. Los osos, como Vds. saben, no emplean ni cucharas, ni cuchillos, ni tenedores.
Esa abundancia de establecimientos públicos excusa en cierto modo una extravagancia peculiar de los Berneses, que no carece de originalidad como símbolo del sentimiento nacional. Me refiero al Hoyo de los osos, encanto y orgullo de los ciudadanos de Berna.
Menos seguridad tuve de ello cuando intenté «levantar» mi casa. Me parecía que esto equivalía a quemar mis naves, o, por lo menos, a darme ya por consentido en que había de ser muy larga mi permanencia entre los osos de Cantabria; y el temor de este riesgo me inclinó a dejar esas cosas como estaban, sobrándome buenos amigos en Madrid que mirarían por ellas.
Sacó la costurera un plato de carne fiambre y lo puso sobre el hule de la mesa, sin servilleta ni cosa que lo valga; después cortó a la mitad un pan y lo dejó, con la imprescindible botella de vino blanco y el vaso, al lado de la carne. El cazador de osos comenzó a devorar. Concha sentose de nuevo, y la niña, acercándose, repitió las palabras que ya había pronunciado.
Los platos 20 de sopa estaban en el suelo, porque los osos no emplean mesas. Vamos a dar un paseo, dijo el oso grande; y cuando volvamos podemos tomar la sopa. Los osos tenían hambre, mucha hambre, pero eran muy pacientes y salieron todos a dar un paseo por el bosque; primero 25 el oso grande, después el oso mediano y por último el oso pequeño. Poco después entró una niña en el bosque.
Palabra del Dia
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