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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Como en la tertulia no se habló aquella noche de otra cosa que del lance de la cueva, al salir al día siguiente, antes que el sol, Pito Salces y Chisco con dos carros en busca de los dos osos muertos, sin necesidad de invitaciones los acompañaba medio escuadrón de gente moza; con cuyo auxilio pronto se vencieron las muchas dificultades que hubo para sacarlos de la cueva.
Cayó el pobre árbol, y con él, desapareció la última memoria de las casas de Don Fernando Colón! La mezquita de los osos
Fueron algunas trocadas antes del citado año de 1411 por casas y propiedades, atento á lo cual no se las menciona en el «Libro Blanco» pues no pertenecían ya al Cabildo Eclesiástico, como aconteció, precisamente, con la «Mezquita de los Osos», acerca de la cual hemos hallado algunas noticias.
Al pie de otra sierra que se desprende hacia el Sur y vuelve al Este encadenando al Ebro, está Brañosera, y poco más abajo Aguilar de Campóo, la manida de osos y el nido de águilas, principio de otro raudal de hombres no menos fieros, que después de asolar, al mando de Alfonso I, los campos góticos fueron repoblándolos lentamente de castellanos.
Calmose, en fin, la zalagarda; metiéronlos con los equipajes en una casa, y el español creía que soñaba y que luchaba con una de aquellas pesadillas en que uno se figura haber caído en poder de osos, o en el país de los caballos, o Houinhoins, como Gulliver.
Juegan con el dinero como jugarían con chinas al borde de la playa. Las fichas de 1.000 pesetas no los tantalizan ni poco ni mucho. Su estado de espíritu es igual al de los osos, para quienes no existe el concepto de la propiedad individual.
Otras veces, el fuego blanco de sus ojos monstruosos resbalaba sobre muros de hielo que se perdían en las altas tinieblas, y los pingüinos, las focas y los osos polares interrumpían su sueño, asustados por este monstruo luminoso y jadeante que partía como un relámpago el misterio de la noche.
Disparaba la honda con habilidad extraordinaria y mataba a pedradas los aviones que pasaban volando; montaba bien a caballo; guiaba como pocos un carro de guerra; sabía de memoria los mejores versos turdetanos y los componía también muy regulares; con un garrote en la poderosa diestra era un hombre tremendo; con las mujeres era más dulce que una arropía y más sin hiel que una paloma; corría como un gamo; luchaba a brazo partido como los osos, y poseía otra multitud de prendas que le hacían recomendable.
La Marquesa de Vegallana se levantaba más tarde si llovía más; en su lecho blindado contra los más recios ataques del frío, disfrutaba deleites que ella no sabía explicar, leyendo, bien arropada, novelas de viajes al polo, de cazas de osos, y otras que tenían su acción en Rusia o en la Alemania del Norte por lo menos.
Oyóse asimismo un espantoso ruido, al modo de aquel que se causa de las ruedas macizas que suelen traer los carros de bueyes, de cuyo chirrío áspero y continuado se dice que huyen los lobos y los osos, si los hay por donde pasan.
Palabra del Dia
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