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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Y, encomendándome a Dios, comencé luego a ejercer mi oficio, y lo primero que mandé fué desembarazar el navío de los muertos que habían sido en la pasada refriega, y limpiarle de la sangre de que estaba lleno; ordené que se buscasen todas las armas, ansí ofensivas como defensivas, que en él había, y, repartiéndolas entre todos, di a cada uno la que, a mi parecer, mejor le estaba; requerí los bastimentos, y, conforme a la gente, tanteé para cuántos días serían bastantes, poco más o menos.

No tengo, señor; yo era un simple transeúnte por esta provincia cuando, forzado por el voto público, me hice cargo del gobierno. ¿Para dónde quiere usted retirarse? continúa después de un momento de silencio. Para donde S. E. lo ordene. Diga usted, ¿adónde quiere ir? Repito que donde se me ordene. ¿Qué le parece San Juan? Bien, señor. ¿Cuánto dinero necesita? Gracias, señor; no necesito.

¡No, no quiero callarme! ¡No puedo!... ¡Le amo, soy suya! ¡Cállese! la ordené una vez más. ¡No, no quiero callarme! ¡Le amo, y a ti te odio y te desprecio! ¡ me has hecho tanto mal, que tengo derecho de desquitarme por fin! ¡Nadie puede condenarme!... ¡Cállate!... la intimé por tercera vez. ¡No, no puedo callarme! Aunque me condenen, ¿qué me importa?

Pero está el daño que, en tanto que se hagan las paces y se goce pacíficamente el reino, el pobre escudero se podrá estar a diente en esto de las mercedes. Si ya no es que la doncella tercera, que ha de ser su mujer, se sale con la infanta, y él pasa con ella su mala ventura, hasta que el cielo ordene otra cosa; porque bien podrá, creo yo, desde luego dársela su señor por ligítima esposa.

Sin embargo, estoy seguro de que nunca le faltará media hora para venir a verte. ¿ lo quieres? No mucho, señor. ¿Pero quieres servir al Rey? , señor. Pues entonces, mándale a decir que le esperas junto a la gran piedra que hay en el camino de Zenda al castillo, a la salida del pueblo, mañana a las diez de la noche. ¿Piensa usted hacerle algún daño, señor? Ninguno, si hace lo que yo le ordene.

Dio ella un ligero grito y exclamó: ¡Con que era el Rey! Así se lo dije a mi madre apenas vi el retrato de Su Majestad. ¡Oh, señor, perdón! No recuerdo tener nada que perdonarte dije. Pero, señor, todas aquellas cosas que dijimos... ¡Oh, te las perdono de todo corazón! Voy a decirle a mi madre... Ni una palabra le ordené.

Ordené que los llevasen debajo de una enramada, donde queriendo volver á poner en su lugar las entrañas á este último, fué necesario cortarle parte de ellas.

Cedí y ordené a Sa-Tó que fuese a proponer a la turba una copiosa distribución de oro, si ella consentía en regresar a sus casas y respetar en nosotros a los huéspedes enviados por Buda. Sa-Tó subió a la escalera de la galería, todo tembloroso, y empezó a arengar a la multitud, braceando, lanzando las palabras con la violencia de un can que ladra.

Como si quisiera terminar cuanto antes su conversación con Manos Duras, le preguntó con forzada alegría: Usted me dijo una vez que me aprecia mucho y está dispuesto á hacer lo que yo le mande, por terrible que sea. Se llevó Manos Duras una mano al sombrero para saludar, y sonrió, mostrando sus dientes de lobo. Ordene lo que quiera, señora. ¿Desea que mate á alguien?

El Licdo., Gregorio de Salazar. Entra Velázquez al servicio del Rey. A 6 de Octubre 1623. Su Magestad. Recibe en su ser.º a Diego Velázquez, pintor, para que se ocupe en lo que se le ordene con v.te d.s al mes en el P.or de las obras deste Alcázar.

Palabra del Dia

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