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Actualizado: 18 de junio de 2025
El enemigo de la cristiandad se cercioró entonces de que su mejor aliado eran las mezquinas discordias de los príncipes cristianos: Felipe II ordenó á su hermano que volviese con la armada á Mesina, en donde la victoriosa flota fué recibida con extraordinarias fiestas.
Lo que siento es haber dado mi bolsa á un mendigo allá en el bosque.... Perdonad, señor, dijo Roger; todavía quedan en ella algunas monedas. Pues dádselas á la madre del arquero, ordenó el noble, poniendo al trote su caballo, mientras Roger depositaba dos ducados en la mano de la vieja, que olvidando su cólera invocó las bendiciones del cielo sobre el barón, Tristán y sus compañeros.
Antes de llegar a la puerta el fisiólogo dejó al niño en la acera solo, después de cerciorarse de que no había nadie observándolos, y adelantándose con premura ordenó a la portera que fuese a comprarle cigarros mientras él se quedaba al cuidado. Salió la mujer al estanquillo, que estaba a la derecha de la casa.
Rafael fue a levantarse también, pero le contuvo otra vez la nerviosa manecita. Tú aquí ordenó la hija del marqués, a hacerme compañía. Deja que se divierta esa gentuza... ¡Pero no me huyas, mala sombra!: parece que te doy miedo. El aperador, al verse libre de la opresión de los vecinos, había hecho retroceder su silla.
Leoville, que aquel día habría contribuido de buen grado a hacer dichoso a todo el mundo, ordenó que le hiciesen entrar en seguida y le recibió sonriente. Felipe, en cambio, entró muy serio y con aire grave y acompasado. Aún cuando era muy temprano, pues no habían dado las nueve, vestía de rigurosa etiqueta.
Manrique de Lara, arredrado ante el peligro, ordenó la retirada de las fuerzas que guarnecían las provincias más remotas de la capital, medida funestísima que dió origen a nuevas y más devastadoras incursiones de los piratas en las provincias cristianas, que con ésto sufrieron gravísimos daños.
Ahora me ordenó , dale media vuelta, de modo que quede hacia nosotros la cara de atrás. Hícelo así, y apareció en ella la cerradura, que a la simple vista no tenía nada de particular. La caja mediría poco más de un pie de ancha, por cosa de pie y medio de alta.
Felipe IV, aún más abatido poco después por la muerte del príncipe heredero Don Baltasar, se encontraba predispuesto, por este motivo, á participar de tales temores, y, en su consecuencia, se ordenó al Consejo de Castilla que trazara las restricciones, á que habían de sujetarse los teatros.
Su éxodo fué breve. Otra mañana, un gendarme le detuvo, le pidió «sus papeles», y hallándole indocumentado, le volvió á la casa paterna. ¡Pobre fugitivo!... Sus progenitores no tuvieron para él ningún gesto cordial: apenas le hablaron; en sus sobrecejos, endurecidos por la cólera, no había perdón. Si no quieres ser cura, serás grumete ordenó el padre.
Bien, hija; si ya te he dicho que no voy. Es que lo dices así, en un tonillo de manso cordero..., como si fuese una tontada mía... No, querida, no. Lo hago con mucho gusto, puesto que tú me lo ordenas... No, yo no te lo ordeno.. Si quieres, vas, y si no, te quedas. Imagino que, en el fondo, de quien estaba descontenta era de sí misma.
Palabra del Dia
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