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Los chorros afilados, o en láminas, o divididos en hilos penetrantes como agujas de hielo, atacan encarnizados con el áspero chirrido del acero. Rufete, que ya conocía el lugar y la maquinaria, se defendió con fiero instinto. Le embrazaron, oprimiéndole en fuerte anilla horizontal de hierro sujeta a la pared, y allí, sin defensa posible, desnudo, recibió la acometida.

En todo el mundo no hay nada más que un Mistral, el que sorprendí yo el domingo último en su lugarejo, con el sombrero de fieltro de alas anchas en la oreja, sin chaleco, de chaquetón, con su roja faja catalana oprimiéndole los riñones, brillantes los ojos, con el fuego de la inspiración en las mejillas, hermoso con su dulce sonrisa, elegante como un pastor griego, y caminando ligero, con las manos en los bolsillos componiendo versos.

Ahora volvía a ver con intensa emoción aquella casa y marchaba hacia ella, no sin vacilaciones; con cierto temor que no podía explicarse y que agitaba su diafragma, oprimiéndole los pulmones. Pasaban los hortelanos junto al diputado, cediéndole el borde del camino, y él contestaba distraídamente a su saludo. Todos ellos se encargarían de contar dónde le habían visto.

De modo que le estranguló oprimiéndole la garganta contra un tope de la mesana con un cabo de cuerda que flotaba. ¡Crimen inútil! sólo el pensamiento se extinguió en aquel cuerpo, porque los brazos del cadáver estrechaban siempre las rodillas del fratricida, hasta que desaparecieron los dos.

La suerte quiso que mientras el ladrón acercaba cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa cogió una en seguida, y oprimiéndole el abdomen constató que no tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se clarificó en milífica abundancia. ¡Maravillosos y buenos animalitos!

Irguiose entonces el valiente mozo, y le respondió, oprimiéndole una mano con las dos suyas: ¡Ay, señor don Claudio! si después de salvarse Nieves me hubiera quedado yo en el fondo, de la mar, ¡qué fortuna para ellos y para !

Cerca de la calle de Don Pedro, dijo Cristeta: Vete desde aquí. Hasta mañana. ¿Sabes el número? Entonces ella, deteniéndose bajo una farola para ser bien vista, fijó en don Juan sus hermosísimos ojos; y oprimiéndole las manos en señal de despedida, repitió: Toda la noche, te queda toda la noche; ¡piénsalo bien! ¿Verdad que serás bueno conmigo?

No era el beso frente a frente que él había saboreado en otras mujeres, y que llamaba «beso latino». No era tampoco la caricia arrogante de arriba a abajo que había conocido en el camarote de Maud, beso de domadora, egoísta y avasallador, oprimiéndole la cabeza entre las manos crispadas para mantenerle en amorosa sumisión.

No probó el afligido padre la comida; no hacía más que dar vueltas por la casa, esperando al maldito médico, y sin cesar iba de su cuarto al del niño, y de aquí al comedor, donde se le presentaba ante los ojos, oprimiéndole el corazón, el encerado en que Valentín trazaba con tiza sus problemas matemáticos.

Dejó su traje femenil sobre el caballo que la había traído y montó alegremente en el otro, oprimiéndole los flancos con sus piernas nerviosas, al mismo tiempo que echaba en alto el lazo atado á la silla, formando una espiral de cuerda sobre su cabeza. Galopó por la orilla del río, junto á los añosos sauces que encorvaban sus cabelleras sobre el deslizamiento de la corriente veloz.