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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Salve, blanca paloma de inocencia, Que por primera vez tiendes el ala, Y cuyo pico, que pureza exhala, De la vida en el cáliz vá á beber; Vuela, tiende tu cuello blandamente, Para que no se agite la onda pura, Que levantando la hez de la amargura Te ofrecerá veneno en vez de miel.
El aire, inflamado por los rayos del sol, nos envolvía como una onda tibia, acariciando nuestras sienes y penetrándonos de una languidez invencible. Los mimbres y álamos esparcían por las orillas sombras flotantes que temblaban y desaparecían a nuestro paso.
Pero cuando no quedaron allí más testigos que la santa y Segunda, el buen farmacéutico creyó que no tenía para qué sujetar la onda impetuosa que del corazón le salía, y llegándose al cuerpo todavía caliente de su infeliz amiga, la abrazó, y estampó multitud de besos en su frente y mejillas.
Por primera vez sentia toda la solemnidad de ese acto de suprema confianza en la Providencia que presenta al hombre lanzado sobre un barco a la inmensidad del océano.... En el continente quedaba todo mi pasado, todo ese conjunto de tesoros que se llama la Patria; y en la onda agitada del abismo se levantaba la sombra vaga del porvenir.
No se escuchaba en la estancia otro rumor que el de las páginas en el silencio. De pronto, una onda ignota, un soplo, algo inexplicable, hízole mirar hacia afuera.
La onda crecía, la sintió pasar por la garganta y subir, subir siempre. Dejó de ver la luz. Puso ambas manos sobre el borde de la mesa, e inclinando la cabeza, apoyó la frente en ellas exhalando un sordo gemido. Dejose estar así, inmóvil, mudo. Y en aquella actitud de recogimiento y tristeza, expiró aquel infeliz hombre.
Absolvedme y después clavad esa ventana, clavad esa puerta, dejadme aquí como en un pozo, solo, para morir. El Capellán traza una cruz con su diestra sobre la cabeza del viejo linajudo, y el murmullo de los rostros aldeanos y mendigos, resplandeciente de fe, se eleva en una grave onda.
No eran sus ataques tan penosos como los de Maximiliano, y generalmente le era fácil anegar el dolor hemicráneo en la onda del sueño. Ya sabía que el cansancio de los viajes consecutivos le producía el ataque, y que este se pasaba en la noche mas no por esto lo llevaba con paciencia. Renegando de su suerte estuvo hasta muy tarde, y al fin descansó con sosegado sueño.
El mar del Norte, tumultuoso y amenazante en la costa de Ostende, se ostenta con majestad como una inmensa onda de plata pronta á inundar las comarcas flamencas.
Habían dado ya tres vueltas nuestras muchachas, cuando en un grupo de jóvenes elegantes divisaron las dos a la vez al Conde de Alhedín. Inesita conservó su serenidad olímpica, doña Beatriz se puso muy colorada. ¿Viste al Condesito? dijo a Inesita al oído. ¡Ay, ay, qué colorada te has puesto! Otra nueva onda de roja sangre subió entonces al rostro de doña Beatriz, que se puso más colorada.
Palabra del Dia
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