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Aquello le parecía unas veces romántico hasta la ridiculez, otros ratos sentía ganas de llorar. Una mañana de la primavera de 1872 ocho o nueve meses antes de aquella cena en que los padres de Pepe hablaron de la próxima llegada de Tirso estaban en San Pascual, de Recoletos, tocando a misa de once.

A las once se retiró viendo que hacía una hora que no entraba nadie; peto se retiró resuelto á volver la noche siguiente para observar si aquello se repetía. Era evidente para él que allí se verificaba una reunión de personas graves, sin duda con algún fin político.

Son las nueve menos cuarto... a poco más de las once puede usted estar en Peleches... porque no hemos de llegar a la Isla de Cuba... digo, cuento con que no se te antojará a usted. ¡Me hace gracia la ocurrencia!... ¿Y si se me antojara, Leto? ¡Si se le antojara a usted?... También eso me hace gracia a .

Don Roque, don Segis, don Benigno, don Juan el Salado y el señor Anselmo el ebanista, se encargaban a plazo fijo de hacerlo pasar a la suya. Era un vino blanco, fuerte, superior, que se subía a la cabeza con facilidad asombrosa. Los tertulios de la tienda, todas las noches, entre once y doce, salían dando tumbos para sus casas; pero silenciosos, graves, sin dar jamás el menor escándalo.

Esperando la llegada de la gente, me senté en una silla metálica de las que dividen el paseo, y me puse a contemplar con ojos distraídos el juego de los chicos. Detrás de estaban sentadas dos niñas de once a doce años de edad, cuyos perfiles lo único que veía de ellas eran de una corrección y pureza encantadoras.

Siempre había sido en balde. Ahora, a los tres o cuatro días de haber llegado Adela, la Condesa llamó una mañana a su hijo a su cuarto, entre once y media y una, antes del almuerzo, y tuvo con él la siguiente importantísima conferencia.

Pero su fe ya no era la misma; comenzaba a dudar del porvenir de Maltrana viéndole falto de apoyo. Tal vez se quedase en mitad del camino, sin fuerzas para llegar al término. La vida era en su casa cada vez más dura. El señor José pasaba semanas enteras sin trabajo. Pepín, que ya tenía once años, era tan malo, que los vecinos le apodaban el Barrabás.

La bahía de Río de Janeiro. La rada y la ciudad. Tijuca. Las costas de África. La hermana de caridad. El Tajo. La cuarentena en el Gironde. Burdeos. Once more upon the waters; Yet once more! ¡Eternamente bello ese arco triunfal del suelo americano!

¡, ; no ha sido mala guasa! ¡Maldita sea mi suerte! ¡Si cuando un día principia mal!... Tres mil duros de la fianza y cerca de once mil ahora.... ¡Pues señor, no ha sido mal empleada la mañana! Se levantó bruscamente del sofá y principió a dar vueltas por la estancia, presa de una agitación sorprendente en quien tantos millones poseía.

Como iba diciendo, en los tiempos de Cerezo era la aceituna inseparable compañera de la copa de aguardiente; y todo buen peruano hacía ascos a la cerveza, que para amarguras bastábanle las propias. Y ¿por qué preguntará alguno llamaban los antiguos las once, al acto de echar después de mediodía, un remiendo al estómago? ¿Por qué? Once las letras son del aguardiente.