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Actualizado: 23 de junio de 2025
Otro en su lugar no se habría dado por vencido en estas luchas, y hubiera inundado de coplas y de monigotes a España entera, para ofrecernos en cada disgusto un testimonio de que él era tan poeta y tan pintor como los mejores, o de que si no lo era todavía, lo iría siendo poco a poco; pero Ángel, para honra suya y tranquilidad de los españoles incautos, aprovechó las caídas para estimar el valor de lo que a él le estaba vedado, y empleó las fuerzas que otro hubiera gastado en odiar a los que eran lo que él no podía ser, en admirarlos quieta y sosegadamente, porque sabían expresar las más altas ideas con los procedimientos más sencillos.
Las de aquel país saben odiar y vengarse; tienen sangre en las venas. ¿Tan pronto ha olvidado usted lo que hicieron Jacobo y la otra? ¡No! no lo he olvidado. Si la memoria de mis sufrimientos no me hubiera sostenido, no hubiera podido vivir... Y, sin embargo, he pasado noches terribles teniendo ante los ojos el espantoso cuadro de aquella mujer muerta...
Al oír esto Carlos, que tenía un año más que Enrique, se puso hecho un energúmeno, diciendo que si le enredaban otra vez con sus mapas, iba a hacer una en las narices de su hermano y su primo que fuese sonada; pero aquél le tranquilizó en seguida, manifestándole por lo bajo que no habían andado con su rompe-cabezas, sino con los frascos de Eulalia: no sólo se sosegó, sino que tuvo una verdadera satisfacción, porque para odiar a Eulalia estaban todos de acuerdo en la casa, menos su padre y su madre.
Cayó lluvia de sangre en nuestra tierra, flameó la sandata en el boscaje, y arrojaste a la hoguera de la guerra el inicuo pendón del coloniaje... Tú enseñaste a jurar al insurgente, las banderas del bien y del decoro, y a odiar con el encono más ardiente la cadena del siervo, aunque de oro.
Sé que hacía mal, pues no debo odiar ni despreciar a nadie... Pero sufría mucho para ser buena. Luciana volvió a darme las gracias y a besarme, pero sus caricias me eran odiosas. ¡Oh! señor cura, regáñeme usted, si quiere; muéstreme mi deber; pero, sobre todo, consuéleme. Usted, que sabe el bien y el mal de mi vida y de mi alma, deme valor y un poco de su piedad. Máximo a su hermano.
Los desdichados, en sus rebeliones, no se equivocaban al odiar una religión que exige al miserable que se resigne con su suerte y no reclama de los ricos más que una caridad de la que ellos son los únicos jueces, pudiendo graduarla conforme á su egoísmo.
Adiós, señor, la desdichada á quien conocéis y que no os maldice, porque no sabe maldecir; que no os odia, porque no sabe odiar.» Después de escrita esta carta, la duquesa la guardó cuidadosamente, envolvió cada suerte de letras de las que había cortado en su papel correspondiente y las guardó, cerró asimismo el libro de devociones, y se acostó.
ELSA. ¡Padre, es el elegido de mi corazón! EL CONDE. ¡Y al mismo tiempo, mi enemigo! ELSA. No le conoces. Cegado por el odio al emperador, empezaste a odiar al duque sin haberle visto siquiera. EL CONDE. Sí, odio a todos esos aduladores serviles que andan a cuatro patas por las gradas del trono. Mendigan lo que hay que tomar por la fuerza.
Y el diputado comenzaba a odiar su ciudad, viendo que devolvía con infames insultos el bien y la felicidad que él gozaba. Otra noche Leonora le recibió con una sonrisa que daba miedo.
Debe ser un mentiroso de nacimiento y al mismo tiempo el flajelo de los mentirosos para darse el aire de odiar a la mentira. El carácter es un escollo y el vicio de decir la verdad es otro. El que ama el poder y aspira tenerlo, debe dejarse mutilar la mano antes que abrirla, si está llena de verdades: verdad y poder son antítesis.
Palabra del Dia
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