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Actualizado: 30 de abril de 2025
Se apretaba las rodillas como un torno. Y, cosa rara, aquellas dos cabezas, que tantas veces se habían alegremente sonreído y tiernamente besado, allí se seguían con ojos de odio, se mataban con la mirada. En fin, el que ocupaba lo alto del palo, lo abandonó un instante. El otro advirtió el movimiento, y se soltó también. Es lo que el pequeño esperaba.
El cuidado de su tocador le ocupaba gran parte de la mañana. Había vuelto a dedicarse a la equitación y paseaba todos los días por el Bosque de cuatro a seis. Comía con su esposa siempre que no estaba invitado a la mesa de la señora Chermidy.
Viendo la congoja pintada en su semblante, se apresuró noblemente a hacerle señas para que avanzase, ofreciéndole sitio en el banco que ocupaba.
No dándose por vencido, Ballester persistió en su idea: pero Guillermina hubo de machacar tanto, que al fin se la quitó de la cabeza. Segunda y sus dos compañeras de plazuela amortajaron a la infeliz señora de Rubín, y en tanto el farmacéutico se ocupaba con incansable actividad en los preparativos del entierro, que debía de ser a la mañana siguiente.
A uno y otro lado de la gran puerta del fondo estaban las sillas de coro de las religiosas, y sentadas en ellas las señoras del consejo: la marquesa de Villasis ocupaba la esquina derecha, teniendo a su lado a la duquesa de Astorga.
Doña Ramona la ocupaba todos los días, dos horas antes de comer y tres antes de cenar. En su casa se comía a la antigua española. En esta salida, al cabo de veinticinco años de escondite, se puso doña Ramona, por primera vez en su vida, en contacto y roce con el mundo.
Acababa de hacerse cargo de que aquella mujer no podía ser suya; que en aquel corazón idolatrado, henchido de sentimientos misteriosos, quizá grandes y sublimes, pero incomprensibles para él, ocupaba lugar muy secundario. Una lágrima saltó a sus ojos y se deslizó temblorosa por sus mejillas.
El soldado echaba a cada suerte doce votos y otros tantos peses, aforrados en por vidas. Yo me comí las uñas y el fraile ocupaba las suyas en mi moneda. No dejaba santo que no llamaba; nuestras cartas eran como el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.
Ocupaba el solio pontificio Juan Bautista Panfili, que años atrás estuvo en Madrid de nuncio apostólico y que al ser elegido Papa, tomó el nombre de Inocencio X. No han sido con él benévolos los historiadores: pero, sin hacer gran caso del mordaz abate Gualdi, ni de Don Juan Antonio Llorente, se puede creer que por cruel y codicioso, antes fue digno de vituperio que merecedor de alabanza.
La persona de más viso de cuantas allí vivían, y que en concepto de Rosalía ocupaba el lugar inmediatamente inferior al de la familia real, era la vivida del general Minio, camarera mayor de Su Majestad, persona distinguidísima y sin tacha por cualquier lado que se la mirase.
Palabra del Dia
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