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Actualizado: 3 de julio de 2025
De aquí salieron los Reyes pensó Bonifacio, que desde una calleja vecina contemplaba el cuadro de paz suave y melancólica de aquella miseria, aislada de las vanas grandezas del mundo . Un grupo de castaños y una pared de una huerta, le ocultaban a la vista de los chiquillos y los perros, que, de notar su presencia, se hubieran alarmado.
Nubes de sangre flotaban ante mis ojos y me ocultaban el cielo; lágrimas tibias y pesadas, como las primeras gotas de una lluvia tempestuosa, caían de mis ojos, y la tierra huía bajo mis pies. Entonces hubiera querido partir y lo hubiese olvidado todo: mi papel, mis lápices y mi ossian.
Creyó ver gentes que se ocultaban detrás de un montón de mercancías al oír sus pasos. Luego sonaron tres detonaciones, tres tiros de revólver. Una bala silbó en uno de sus oídos. Y como yo no llevaba armas, corrí. Afortunadamente, fué cerca del buque, casi junto á la proa. Sólo tuve que dar unos cuantos saltos para meterme plancha adentro en el vapor... Y ya no dispararon más.
El Canelo no era uno de esos perros frívolos que se ponen en dos patas así que se lo ordenan con imperio, ni se entretenía en buscar un pañuelo cuando se lo ocultaban adrede, ni nunca se oyó que hubiese saltado por Francia, por Inglaterra ó por cualquier otro país extranjero.
Desesperado entonces de conseguir lo que se había propuesto, volvió los ojos a las damas de la corte; pero en la corte de aquella época las damas trataban de evitar a todo trance el ruido y el escándalo. Esto no quiere decir que hubiese menos intrigas que en otros tiempos, sino que se ocultaban mejor.
Este extraño habitante del mar parecía, en efecto, un cilindro, provisto, en una de sus extremidades, de un círculo de tentáculos plumosos; pero carecía de cabeza y de ojos, y su boca era una especie de agujero. Tenía doce o quince pulgadas de largo, y su piel, que parecía muy resistente, mostraba a lo largo del cuerpo cavidades muy singulares, pues tan pronto se dejaban ver como se ocultaban.
Desnoyers sentía cierta indecisión ante sus dos criados, personajes correctos, solemnes, siempre de frac, que no ocultaban su extrañeza al ver á un hombre con más de un millón de renta entregado á tales funciones. Al fin, eran las dos doncellas cobrizas las que ayudaban al patrón, uniéndose á él con una familiaridad de compañeras de destierro. Cuatro automóviles completaban el lujo de la familia.
Haciéndole penetrar en una estancia contigua a la cuadra del baño, levantó el extremo de un tapiz colgado del muro y una anchurosa abertura mostró el cuadro resplandeciente y profundo de la dehesa y las montañas. Dicha abertura había sido cavada en el mismo escarpamiento. Desde abajo, era imposible descubrirla; dos grandes peñascos la ocultaban. Sin embargo, el acceso no era difícil.
Al empuje de algunos hombres forzudos se levantó la compuerta, a pesar de la tierra y las hierbas que la cubrían y ocultaban, y se dejó ver el cielo sin luna y sólo débilmente iluminado por el pálido fulgor de las estrellas que a trechos entre obscuras nubes lucían.
Fué avanzando solemnemente sobre la mesa, y detrás de sus pasos todo el acompañamiento final de graves doctores, que no ocultaban las arrugas y las canas de sus rostros matroniles. El profesor Flimnap corrió á colocar en el centro de la mesa un sillón, que era el mismo que él había ocupado al dar al gigante su lección de Historia.
Palabra del Dia
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