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Las familias acomodadas del campo, cuando oían hablar de hombres sabios, pensaban inmediatamente en el notario de Valencia. Le veían con religiosa admiración calarse las gafas para leer de corrido la escritura de venta ó el contrato dotal que sus amanuenses acababan de redactar.

Entonces se dirigió á casa del gobernadorcillo, pero le dijeron que el gobernadorcillo no estaba, que estaba en el convento; se fué al Juez de Paz, pero el Juez de Paz tampoco estaba, había sido llamado al convento; se fué al teniente mayor, tampoco estaba en el convento; se dirigió al cuartel, el teniente de la Guardia Civil estaba en el convento... El viejo entonces se volvió á su barrio llorando como un niño: sus ahullidos se oían en medio de la noche; ¡los hombres se mordían los labios, las mujeres juntaban las manos, y los perros entraban en sus casas, medrosos, con la cola entre piernas!

Mario y Carlota se hallaban tan admirados, que apenas podían creer lo que oían. Todavía estaba D.ª Fredes loando la obediencia de Adolfo cuando vinieron a avisar que eran las cinco y los actores se hallaban preparados.

Desde donde estábamos, a veces, se oían las conversaciones de la gente en el Rompeolas; a veces, en cambio, no llegaban hasta nosotros los gritos del atalayero con su bocina. Los marineros iban perdiendo tono; cuanto más tiempo tardáramos en intentar atravesar la barra, nuestra probabilidad de pasar era menor.

21 Me oían, y esperaban; y callaban a mi consejo. 22 Tras mi palabra no replicaban, mas mi razón destilaba sobre ellos. 25 Aprobaba el camino de ellos, y me sentaba en cabecera; y moraba como rey en el ejército, como el que consuela llorosos. 1 Mas ahora los más mozos de días que yo, se ríen de ; cuyos padres yo desdeñara ponerlos con los perros de mi ganado.

Rico al fin con todas sus obras impresas y muchas manuscritas, y con un vivo recuerdo de su cortesía, regresé á Italia, excitando la envidia en cuantos me oían decir que yo había tratado al gran Lope de Vega. Después continué con él en correspondencia, hasta que supe su paso á mejor vida.

El señor Vicente despertaba unos instantes, mascullando santas exclamaciones: «¡Ay, señor!», y volvía a sumirse en su sueño intranquilo, cortado por las visiones del ayuno y la exaltación. Oían detrás del tabique su voz medrosa con sacudidas de terror: ¡Suéltame... te conozco! Eres el Malo... ¡Largo de aquí!

Siguió por la Escolta y estuvo tentado de empezar á cachetes con dos agustinos que sentados á la puerta del bazar de Quiroga reían y bromeaban con otros frailes que debían estar en el fondo de la tienda ocupados en alguna tertulia; se oían sus alegres voces y sonoras carcajadas.

Por la parte baja de la rampa se oían gritos horribles, y cuando se miraba por encima se veían bayonetas de punta y hombres a caballo. Aquel choque duró más de un cuarto de hora. Nadie sabía lo que los alemanes pretendían hacer, puesto que no podían forzar el paso; pero, de improviso, decidieron retroceder.

Como era tanta la gente que acudía a oír la misa solemne, ésta se celebraba al aire libre en un altar erigido en la trasera de la iglesia. Los fieles la oían esparcidos debajo de los castaños. Debajo de los castaños había también una tribuna para los cantores formada con cuatro bancos.