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Actualizado: 12 de mayo de 2025


No era ya su mirada la de la ninfa Calipso, orgullosa, placentera, rebosando vanidad satisfecha y gratas satisfacciones; era la mirada celosa, furibunda y salvaje, de la Medea que describe Séneca, terrible e imponente en medio de su sombría calma.

Puede ser. ¿Y los amores os han quitado el apetito? No por cierto. ¿No? pues me alegro; ni yo tampoco. ¡Dorotea! ¡amiga Dorotea! Decid á vuestra negra que nos de almorzar. Almorzaremos todos juntos dijo Dorotea. Que me place: almorzarán juntos el amor y las musas, una ninfa y un sátiro. ¿Y tenéis buena despensa? supóngolo. ¡Ah! me cuidan como una reina.

En extremo gustaba él de ver a Juanita charlar en la fuente o subir la cuesta con el cantarillo en la cadera o con la ropa ya lavada sobre la gentil cabeza, más airosa y gallarda que una ninfa del verde bosque, y más majestuosa que la propia princesa Nausicaa, que también lavaba la ropa cuando, sin desconcharse ni echar las ínfulas por el suelo, solían hacerlo las princesas, allá en los siglos de oro.

Héla ahí, bella y desnuda, sonriendo á la vida, fresca como la onda en la que su pie se baña; es joven y no envejecerá jamás; aunque las generaciones pasen rápidas ante ella, sus formas serán siempre igualmente suaves, su mirada igualmente pura, y el agua que se extiende como perlas en su urna encantada, brillará siempre al sol con iguales resplandores. ¡Qué importa que la ninfa inocente, desconocedora de las miserias de la vida, no tenga en su cabeza un torbellino de ideas!

El Conde, y la misma doña Beatriz, en quien al cabo era esto más disculpable por su falta de mundo, se habían empeñado sin duda en que las gentes los tuviesen por superiores a toda crítica; en que juzgasen sus coloquios santos, puros y sublimes, como los que tuvo allá en la antigüedad Numa con la ninfa Egeria, o como aquellos que en la cumbre del Purgatorio, y después entre los esplendores del Paraíso, tuvo Dante con la tocaya de nuestra heroína.

Los bancos de la entrada estaban limpios, en comparación de los del fondo. Aquella pieza donde tan nefando culto se tributaba a la Ninfa de las aguas fue testigo de hartas proezas de Perico, que, por su semejanza con todas las de la misma laya, no merecen narrarse.

En su infancia, prolongada por la inocencia y la radiante salud, no cabían más placeres que correr por las alamedas que a León rodean, brincar con regocijo, cual pudiera adolescente ninfa retozando por los valles helenos.

Don Jacobo, en su jaula, ya no cantaba, y tendido e inmóvil contemplaba sobre su cabeza la pintura en colores chillones de una ninfa o diosa de la mitología. Quizá por primera vez, se le ocurrió que jamás había visto una mujer semejante, y que si la viera, probablemente no se enamoraría de ella. Tal vez le preocupaba otra especie de beldad.

El había heredado este poder de su padre y luego le había mejorado y engrandecido mucho, ayudado por la actividad y variadas aptitudes de don Paco, y aun por los consejos e inspiraciones de doña Inés, quien, según se decía, ya con malicia, ya con sencillo aplauso, era la ninfa Egeria de aquel Numa.

El alcohol retemplaba el espíritu y el cuerpo de nuestro artista; era su ninfa Egeria, por decirlo así. Idea y fuerza, sentimiento y verdad, todo lo hallaba Baltasar en el fondo de una copa. Para celebrar el buen término de la obra que le encomendaron los agustinos, fuése Baltasar con sus amigos a la casa de bochas y se tomó una turca soberana.

Palabra del Dia

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