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Actualizado: 3 de octubre de 2025


Oye a una triste doncella, bien crecida y mal lograda, que en la luz de tus dos soles se siente abrasar el alma. buscas tus aventuras, y ajenas desdichas hallas; das las feridas, y niegas el remedio de sanarlas.

Porque eres su padre, , su padre. ¿A que no lo niegas? añadió acercando con mimo su rostro al de él y poniéndole los labios en el oído. Voy a traértela. Pero ¿va a venir el ama? preguntó él con terror. No, hombre, no replicó riendo. Vendrá ella solita. Verás qué bien camina ya. El conde abrió los ojos con una expresión estúpida que la hizo reír aún más.

Ni aun el tutor logró hacerle comprender lo desatinado de su conducta. Mira, nena le decía, estás jugando con fuego: afirmas que le quieres y al mismo tiempo te niegas a casarte; de modo que si se da a pensar en semejante contradicción... ¡Figúrate!

Al ver el gesto de asombro con que su marido acogía esta demanda, fué perdiendo la sonrisa pueril que dilataba su rostro; pero todavía insistió en emplear su voz de niña para gemir con tono dulzón: ¿Dices que me amas, Federico, y te niegas á darme esa pequeña cantidad?...

La falsa confianza mil engaños Consigo trae: advierte lo que haces, Señor, que esa arrogancia que nos muestras, Renovará el valor en nuestras diestras; Y pues niegas la paz, que con buen zelo Te ha sido por nosotros demandada, De hoy mas la causa nuestra con el cielo Quedará por mejor calificada, Y antes que pises de Numancia el suelo, Probarás do se estiende la indignada Furia de aquel que siendote enemigo, Quiere serte vasallo y fiel amigo.

Eres una ingrata, una mala hija... Después de lo que he hecho por ti, me niegas este último consuelo... ¿Es esto caritativo? La anciana se agitaba, presa de una excitación febril y balbucía palabras entrecortadas. Liette vacilaba...

Esperó en un zaguán, y cuando salió un lacayo le siguió y le dijo, fingiendo la voz de tal modo que no podía ser reconocido: Yo soy tal persona, que puedo hacerte mucho daño si te niegas á servirme, y rico si me sirves bien. Y diciendo esto, puso en las manos del lacayo algunos doblones de á ocho. ¿Y qué puedo hacer, señor? dijo el lacayo vencido completamente.

Oye, Montiño: si te vuelves á permitir burlas conmigo, te doy una paliza, ¿me entiendes? El cocinero mayor se acobardó. Y si te niegas á servir á Dorotea te llevo á la horca. Entróle pavor á Montiño. ¿Pero en qué hay que servir á Dorotea? Puede suceder que Dorotea quiera matar á alguien. ¿Y se valdrá de ? Ya lo creo; en tu casa no es ya nuevo el veneno.

Todavía dos palabras, y no te ofendan: Magdalena no es la única mujer buena, bonita, sensible y capaz de comprenderte y estimarte, que hay en el mundo. Imagina que otra mujer, pues, y no Magdalena, fuese la que amases exactamente lo mismo y de la cual dijeras: «Ella o ninguna.» ¿Niegas la posibilidad?

El loco no esperó el fin de aquella despedida, y levantándose, con el rostro demudado por la cólera, exclamó, alzando la mano solemnemente: ¡No me concedes tu hija! Ya hablaremos de eso más tarde. ¡Me la niegas! Vamos, Yégof, con tus gritos vas a despertar a todo el mundo. ¡Me la niegas!... ¡Es la tercera vez! ¡Guárdate, Hullin, guárdate!

Palabra del Dia

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