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En compensación de las cosas que abandona usted en este mundo, gozará la gloria del paraíso. ¡Ay! ¡Yo lo tenía en su amor! suspiró Magdalena. Y alzando la voz, añadió: ¿Quién te querrá como yo te quiero? ¿Quién te comprenderá como yo he llegado a comprenderte? ¿Quién sabrá someterse como yo a tu suave autoridad, amado mío? ¿Quién cifrará como yo su amor propio y su orgullo en tu amor? ¡Oh!
Óyelos con atención. Soy toda oídos. El conde Enrique leyó de esta suerte: ¿Dónde te escondes, hermosa mía, que no consiguen verte mis ojos, Como te sueña mi fantasía, Llena de gracia, libre de enojos? Ven do el kokila dulce gorjea, Do presta el loto su aroma al viento, Ven que mi anhelo verte desea Y comprenderte mi entendimiento.
Todavía dos palabras, y no te ofendan: Magdalena no es la única mujer buena, bonita, sensible y capaz de comprenderte y estimarte, que hay en el mundo. Imagina que otra mujer, pues, y no Magdalena, fuese la que tú amases exactamente lo mismo y de la cual dijeras: «Ella o ninguna.» ¿Niegas la posibilidad?
Palabra del Dia