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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Mi compañero ha reprendido al viejo coplista porque ni ha oído jamás las desvergüenzas que os parecen gracias, ni está en él creer que pueda decirlas sin protesta un hombre de cabeza cana como la del maese, por más que su nariz lo proclame borrachín de oficio.

Mas, apenas dio lugar la claridad del día para ver y diferenciar las cosas, cuando la primera que se ofreció a los ojos de Sancho Panza fue la nariz del escudero del Bosque, que era tan grande que casi le hacía sombra a todo el cuerpo.

SEGUNDA POSICION. Se dobla toda la mitad superior del cuerpo, apoyando las manos sobre las rodillas, y se grita en alta voz. ¡Dios mui grande! TERCERA POSICION. Se vuelve á enderezar diciendo: Dios oye, cuando se le dan alabanzas. CUARTA POSICION. Postrándose, con las rodillas, manos, nariz y frente en tierra, se dice: ¡Dios mui grande!

Marchó con precaución, y asomando su enérgica nariz aguileña, pudo al fin columbrar la roma y barnizada de mocos del granuja, que en compañía de uno de sus más fieles discípulos se ocupaba en hacer crecer la inmensa bola de cera que había extraído de las velas.

Su cara larguísima como si por máquina se la estiraran todos los días, oprimiéndole los carrillos, era de lo más desapacible y feo que puede imaginarse, con los ojos reventones, espantados, sin brillo ni expresión, ojos que parecían ciegos sin serlo; la nariz de gancho, desairada; a gran distancia de la nariz, la boca, de labios delgadísimos, y, por fin, el maxilar largo y huesudo.

Una tarde, al pasar Manuel Antonio por delante de la tétrica morada del conde, vio salir a la doncella con una caja de cartón en las manos. El marica sintió en la nariz olor de caza, tomó vientos un instante, y la siguió. Adiós, Laura dijo pasando delante de ella. Y volviéndose de repente le preguntó en tono indiferente: ¿Cómo sigue tu amo? El señor conde no está malo. ¡Ah!

Tenía que armarme de valor para detenerla y ofrecerme a compañarla, declarándole por el camino mi pasión, y explicándole con fuego los estragos que en mi pobre corazón habían hecho en tres días su nariz arremangada y su graciosa sonrisa.

A continuación venían los hombres de armas, los navegantes de espada, con la cabellera al rape y el perfil de pájaro de presa, todos vistiendo armadura de negro acero y algunos con la blanca cruz de Malta. De retrato en retrato, los rostros se iban afinando, sin perder la frente abombada y la nariz imperiosa de la familia.

Cuando entraba el Magistral, el ilustrísimo señor don Cayetano Ripamilán, aragonés, de Calatayud, apoyaba una mano en el mármol de la mesa, porque los codos no llegaban a tamaña altura, y exclamaba después de haber olfateado varias veces, como perro que sigue un rastro: Hame dado en la nariz olor de...

Pero a la vuelta de la primavera, en la segunda quincena de marzo, mientras la generosa savia hacía retoñar las lilas, llegó a creer M. L'Ambert que sólo a su nariz le eran negados los beneficios de la estación y las bondades de la naturaleza. En medio del renacimiento general de todas las cosas, palidecía como una hoja de otoño.

Palabra del Dia

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