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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Ella se iba al día siguiente a Montevideo. ¿Qué le importaba lo demás, Concordia, sus amigos de antes, su mismo padre? Por lo menos iría con ella hasta Buenos Aires. Hicieron, efectivamente, el viaje juntos, y durante él, Nébel llegó al más alto grado de pasión que puede alcanzar un romántico muchacho de 18 años, que se siente querido.
Sí repuso Nébel abriendo los ojos la señora de Arrizabalaga... Ella vió la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja cortesana que trata aún de parecer bien a un muchacho. De ella, cuando Nébel la conoció once años atrás, sólo quedaban los ojos, aunque más hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos.
Al levantar los ojos, Nébel había visto la mirada de ella, en lánguida imprecisión de mareo, posarse pesadamente sobre la suya. ¿Se había equivocado?
La criatura, que no apartaba sus ojos rientes de Nébel, le dijo ¡sí! en pleno rostro, puesto que a él debía su respuesta. Muy bien: entonces hasta el lunes, Nébel. Nébel objetó: ¿No me permitiría venir esta noche? Hoy es un día extraordinario... ¡Bueno! ¡Esta noche también! Acompáñalo, Lidia.
¡Es claro, se muere! ¿Quién le ha dado esto? preguntó. ¡No sé, Octavio! Hace un rato sentí ruido... Seguramente lo fué a buscar a tu cuarto cuando no estabas... ¡Mamá, pobre mamá! cayó sollozando sobre el miserable brazo que pendía hasta el piso. Nébel la pulsó; el corazón no daba más, y la temperatura caía.
Pensó en las palabras de Dostojewsky, que hasta ese momento no había comprendido: "Nada hay más bello y que fortalezca más en la vida, que un puro recuerdo". Nébel lo había guardado, ese recuerdo sin mancha, pureza inmaculada de sus dieciocho años, y que ahora estaba allí, enfangado hasta el cáliz sobre una cama de sirvienta... Sintió entonces sobre su cuello dos lágrimas pesadas, silenciosas.
Nébel no cabía en sí de gozo, y como la señora no parecía inquietarse por las preocupaciones jurídicas de Nébel, éste prefirió también un millón de veces tal presencia a la del abogado. Con todo, se hallaba sobre ascuas de una felicidad demasiado ardiente y, como tenía 18 años, deseaba irse de una vez para gozar a solas, y sin cortedad, su inmensa dicha. ¡Tan pronto, ya! le dijo la señora.
Pero un nimio incidente, punzando su vanidad, lo arrastró de nuevo. El primer domingo, Nébel, como todo buen chico de pueblo, esperó en la esquina la salida de misa. Al fin, las últimas acaso, erguidas y mirando adelante, Lidia y su madre avanzaron por entre la fila de muchachos.
Es decir... ¿que su señor padre teme mancharse si pone los pies aquí? No sé repitió él con inconsciente obstinación. ¡Es que es una ofensa gratuita la que nos hace ese señor! ¿Qué se ha figurado? añadió con voz ya alterada y los labios temblantes. ¿Quién es él para darse ese tono? Nébel sintió entonces el fustazo de reacción en la cepa profunda de su familia.
El dibujante, con gran calma, le contó entonces su propio drama de amor. Vaya a su casa concluyó y si a las once no ha cambiado de idea, vuelva a almorzar conmigo, si es que tenemos qué. Después hará lo que quiera. ¿Me lo jura? Se lo juro contestó Nébel, devolviéndole su estrecho apretón con grandes ganas de llorar.
Palabra del Dia
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