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Actualizado: 28 de junio de 2025
Cuatro horas después Nébel abría sin ruido la puerta del cuarto de Lidia. ¡Quién es! sonó de pronto la voz azorada. Soy yo murmuró Nébel en voz apenas sensible. Un movimiento de ropas, como el de una persona que se sienta bruscamente en la cama, siguió a sus palabras, y el silencio reinó de nuevo.
¿Han salido? preguntó extrañado. No, se van a Montevideo... Han ido al Salto a dormir abordo. ¡Ah! murmuró Nébel aterrado. Tenía una esperanza aún. ¿El doctor? ¿Puedo hablar con él? No está, se ha ido al club después de comer... Una vez solo en la calle oscura, Nébel levantó y dejó caer los brazos con mortal desaliento: ¡Se acabó todo!
Espero que tendremos el gusto de verlo otra vez... ¿No es verdad? ¡Oh, sí, señora! En casa todos tendríamos mucho placer... ¡supongo que todos! ¿Quiere que consultemos? se sonrió con maternal burla. ¡Oh, con toda el alma! repuso Nébel. ¡Lidia! ¡Ven un momento! Hay aquí una persona a quien conoces. Nébel había sido visto ya por ella; pero no importaba. Lidia llegó cuando él estaba de pie.
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial condescencia. Este fué el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel aportó cuanto de adoración cabía en su apasionada adolescencia.
No hicieron el viaje juntos, por último escrúpulo de casado en una línea donde era muy conocido; pero al salir de la estación subieron en el brec de la casa. Cuando Nébel quedaba solo en el ingenio, no guardaba a su servicio doméstico más que a una vieja india, pues a más de su propia frugalidad su mujer se llevaba consigo toda la servidumbre.
Vió a Nébel, lanzó una exclamación, y ocultando con sus brazos la liviandad doméstica de su ropa, huyó más velozmente aún. Un instante después la madre abría el consultorio, y acogía a su antiguo conocido con más viva complacencia que cuatro meses atrás.
No estoy bien. Nébel salió, profundamente disgustado. ¿Qué iba a decir a su padre?
Tanto fué, que las dos personas sentadas atrás se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron atentamente al derrochador. ¿Quiénes son? preguntó Nébel en voz baja. El doctor Arrizabalaga; cierto que no lo conoces. La otra es la madre de tu chica... Es cuñada del doctor.
¡Qué es, no sé! repuso con la voz precipitada a su vez pero no sólo se niega a asistir, sino que tampoco da su consentimiento. ¿Qué? ¿qué se niega? ¿Y por qué? ¿Quién es él? ¡El más autorizado para esto! Nébel se levantó: Señora... Pero ella se había levantado también.
Después de tres días Nébel decidió aclarar de una vez ese estado de cosas, y aprovechó para ello un momento en que Lidia no estaba. Hablé con mi padre comenzó Nébel y me ha dicho que le será completamente imposible asistir. La madre se puso un poco pálida, mientras sus ojos, en un súbito fulgor, se estiraban hacia las sienes. ¡Ah! ¿Y por qué? No sé repuso con voz sorda Nébel.
Palabra del Dia
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