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Actualizado: 27 de junio de 2025
«¡Qué viejecitos están ya los reyes de armas!... ¿Ve usted? Ahora vienen los caballos de silla... Sigue el coche amarillo..., penachos morados... Ahora vienen el mayordomo y el intendente..., penachos azules y blancos. Mire usted qué guapos chicos... Ahora viene el coche de nácar..., penachos verdes. ¿Quién será este señor con tanto morrión y tanta cruz?
Al rayar el alba de la noche en que Morsamor había pensado y hablado así, como si Dios quisiese darle premio, aparecieron en lontananza, destacándose sobre el fondo de púrpura y nácar del cielo oriental iluminado ya por el día, elevadas montañas que parecían dilatarse de Norte a Sur en extensión grandísima.
Pues nada... Empeñada en saber quién estaba en el palco de arriba... Y todo porque el otro no hacía más que mirar para allá poniendo varas. Al decir esto, Leopoldina cogió a Carmen Tagle sus gemelos de nácar y púsose a mirar hacia el palco que tanto inquietaba a Currita.
Una pieza cuadrada, muy grande, con los muros, el techo, el piso, todo de un blancor de nácar. No habla allí muebles ni puertas, ni personas, ni el más leve objeto, mancha o sombra. Me sentí deslumbrado, pues aunque no se veían lámparas, focos ni bujías, estaba iluminadísima, estaba enteramente iluminada a giorno.
Hablaba siempre del corazón, llevándose la mano, que era un prodigio, al palpitante seno, que era toda una obra de fábrica del nácar más puro. Atribuía al subsuelo de aquella accidentada naturaleza los verdaderos tesoros de su persona; pero los inteligentes, Nepomuceno entre ellos, estimaban en más el derecho de superficie.
Nereo, monarca desposeído, huía á una caverna del mar helénico, para vivir la calmosa existencia del filósofo, dando consejos á los hombres, y Poseidón se instalaba en los palacios de nácar con sus blancos corceles de cascos de bronce y crines de oro.
Nuestra moral tiene callos en las manos. No son, como las de la monja, blancas, suaves, con palidez de nácar, cruzadas sobre el pecho, mientras, los ojos en alto buscan á Dios.
Ripamilán gritaba: Señor mío, los deberes sociales están por encima de todo.... El Deán se escandalizó. ¡Oh! ¡oh! dijo eso no, señor Arcipreste... los deberes religiosos... los religiosos... eso es.... Y tomó un polvo de rapé extraído con mal pulso de una caja de nácar. Así solía él terminar los períodos complicados.
La procesión estaba ya en su última parte. Desfilaban los invitados, una avalancha de cabezas calvas o peinadas con exceso de cosmético, una corriente incesante de pecheras combadas y brillantes como corazas, de negros fracs, de condecoraciones anónimas y de un brillo escandaloso, de uniformes de todos los colores y hechuras, desde la casaca y el espadín de nácar del siglo pasado hasta el traje de gala de los oficiales de marina.
Llevaban caminando cerca de una hora y se imaginaban que sólo habían transcurrido unos minutos. Al llegar á los jardines de la Villa Nazionale, cerca del Acuario, se detuvieron un instante. Había más luz y menos gente que en el camino de Possilipo. Huyeron de los faros eléctricos de la vía Caracciolo, que reflejaban en el mar sus lunas de nácar.
Palabra del Dia
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