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Actualizado: 19 de junio de 2025
Fijos sus ojos en los de él, buscaba al mismo tiempo una de sus manos, y llevándola detrás de su talle, la oprimía con invisibles apretones. A ella no le interesaban los negocios; podía hablar papá con su voz reposada y musical todo lo que quisiera: no le oía; a ella sólo le interesaba lo suyo. Y movió los labios sin emitir la voz, indicando con marcadas contracciones el mudo silabeo.
Por una oreja le entra el balanceo musical de una danza inventada por los negros de la América del Norte para regocijo de los blancos; por la opuesta penetra al mismo tiempo otra música negra: el tango de la América del Sur.
A ellos se debe que se conservara en las iglesias de España un poco, un poquito nada más, de buen gusto musical. ¡Y qué orquestas, según me contaba mi padrino, formaban los Jerónimos en sus conventos! Para las señoras era una gloria ir los domingos por la tarde al locutorio, donde encontraban a los buenos Padres, cada uno de los cuales resultaba un profesorazo instrumentista.
Su energía pulmonar, sin entonación musical, como un grito primitivo, me produce una embriaguez y una emoción superior a todos los poemas. Todas las galanterías y todas las finuras que me dijo de novio en los salones me parecen ahora insignificantes y artificiales ante ese grito estupendo con que lanza mi nombre a los aires libres del campo. Quizá me estoy volviendo un poco salvaje.
Todos tenemos una querida ideal, cuya mascarilla en vano buscamos entre las mujeres de la tierra. ¡Un alma de mujer, como un cáliz de oro, donde verter el licor musical de nuestro corazón en esas horas tristes en que la emoción se desborda! La Musa de la Noche tiene para mí todos los magos prestigios de esa amante suprema.
Era cerca de media noche. Los pasajeros más corteses iban saludando a las señoras que habían intervenido en el concierto, sonando en su coro de alabanzas los más estupendos embustes. Todas ellas aceptaban sin pestañear la afirmación de que en caso de pobreza podían ganarse la vida con su talento musical. Mrs.
De aquella voz musical, arrulladora, le venían las primeras palabras de amor que hubiera oído. ¿Por qué le había gustado a él? ¿Por qué ella, más bien que alguna de las otras? ¿La encontraba, pues, más seductora, más amable, más inteligente que las demás jóvenes que conocía? La había elegido entre sus amigas, tan hermosas... Jamás se le ocurrió que pudiera ser la preferida.
Por suerte, Alteza, esta situación deshonrosa no durará. Tengo un medio... ¡un medio!... Olvidando el piano, las partituras y su degradación musical, se lanzó de golpe en el mundo de las quimeras. Conocía el secreto del grande hombre, de aquel griego que ganaba millones en el Sporting. Lo había sorprendido, con su propia malicia, después de sonsacar ciertos datos á un acompañante del personaje.
En el mismo instante dieron algunos golpes secos en una puertecita vecina al pabellón. ¿Quién es? dijo la señorita de Porhoet. Levanté los ojos y vi flotar una pluma negra por arriba del muro. Abra usted dijo alegremente desde afuera una voz de timbre grave y musical; abra, ¡que es la gracia de la Francia! ¡Cómo! ¿es usted monona? exclamó la anciana señorita. Corra pronto, primo.
Palabra del Dia
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