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Actualizado: 7 de noviembre de 2025


Desnoyers vió en estos rectángulos llenos de tizones, sillas, camas, máquinas de coser, cocinas de hierro, todos los muebles del bienestar campesino, que se consumían ó retorcían. Creyó distinguir igualmente un brazo emergiendo de los escombros y que empezaba á arder como un cirio. No; no era posible... Un hedor de grasa caliente se unía á la respiración de hollín de maderas y cascotes.

Pues esa oficiala, compañera mía hablaba Carola me ha dicho que por los chicos que trajeron los muebles sabe que hay un sotabanco de cincuenta riales. No hay tal; son guardillas trasteras de los enquilinos..., buenas familias. Y fue enumerando cuanta gente había en la casa, hasta llegar al cuarto entresuelo.

Desde su atalaya reconoció Benina los muebles decrépitos, derrengados, y no pudo reprimir su emoción al verlos. Eran casi suyos, parte de su existencia, y en ellos veía, como en un espejo, la imagen de sus penas y alegrías; pensaba que si se acercase, los pobres trastos habían de decirle algo, o que llorarían con ella.

A cada momento llegaban mozos cargados de muebles, de alfombras, de cuadros, y un tapicero se ocupaba en adornar á toda prisa un inmenso salón en aquella misma casa. Era ya cerca del obscurecer.

Encontró al conde en su propio dormitorio, luego de pasar por los salones con los ojos cerrados para evitarse el dolor de una cólera inútil. Las puertas estaban forzadas, los suelos sin alfombras, los huecos sin cortinajes. Sólo los muebles rotos en los primeros momentos ocupaban sus antiguos lugares.

Feli, despechugada, sudorosa, respirando con dificultad, arrastraba los pies yendo de un lado a otro, abrumada por este calor que era un nuevo tormento. Crujían durante la noche, con chasquidos alarmantes, las maderas de los muebles, las tablas ocupadas por los libros del devoto, sobre cuyos lomos polvorientos movíanse las polillas.

Y las torres cada vez más altas; porque cada iglesia quería tener su torre más alta que las otras; y las casas las hacían así también, y, los muebles. Pero los adornos llegaron a ser muchos, y los cristianos empezaron a no creer en el cielo tanto como antes.

Diríase que bárbaros instrusos han arrancado todos los tapices y antepuertas, con premura de saqueo, y quebrado hasta la última baldosa del piso al arrollar las alfombras y llevarse los muebles, no dejando otra cosa que una mesa florentina de ébano incrustada de marfil y una silla de roble.

Arreglaba un altar y vestía las imágenes mejor que ningún sacristán. Tapizaba muebles, hacía flores primorosas de cera, empapelaba habitaciones, bordaba con pelo, pintaba platos.

El viejo caserón de los Febrer, con sus hermosos ventanales faltos de vidrios, sus salones llenos de tapices y sin alfombras, sus muebles venerables confundidos con los más ruines enseres, le parecía igual a un príncipe arruinado ostentando aún manto brillante y corona gloriosa, pero descalzo y sin ropa blanca.

Palabra del Dia

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