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Actualizado: 7 de noviembre de 2025


Venga usted con nosotros, Juan, voy a tocar una pieza de Mozart en el clavicordio de María Antonieta. Cerraremos la puerta para que las débiles notas del clavicordio no se oigan en el piso de arriba. El salón chico era precioso con su tapicería Luis XVI de muaré blanco rayado de azul pálido, sus muebles de vieja laca de coromandel y sus largos espejos colocados sobre delicadas consolas.

Tomó, por último, D. Fadrique verdadera posesión de su vivienda, arrellanándose en ella, por decirlo así, poniendo en orden los muebles que había traído, colocando los libros y colgando los cuadros.

El Marqués y Galarza llevaron a Peña y don Rudesindo adentro también, mientras Gonzalo daba una vuelta por la huerta. La posesión de Soldevilla se componía de un caserón medio arruinado con pocos y antiquísimos muebles cubiertos de polvo, una huerta bastante grande, más cuidada que la casa, y detrás de la huerta una vasta pomarada ya vieja.

Hacía versos, pintaba acuarelas, improvisaba romanzas en el piano, daba consejos sobre muebles y trajes, conocía las antigüedades. Don Marcos no encontraba límites á su inteligencia. Lo sabe todo decía . ¡Si pudiera fijarse en una sola cosa!... ¡Si quisiera trabajar!

Ocupaba esta dama un modesto entresuelo sin lujo ni ostentación; la escalera estrecha, los muebles pocos y sencillos, la servidumbre reducida a una cocinera y una doncella. El único lujo que se autorizaba era un exceso de luz y de perfumes.

Esto es; en un pequeño aposento, cuya puerta demasiado fuerte, tiene una rejilla espesa, y al que da luz una ventana con reja que corresponde a un jardín abandonado. En este aposento he visto algunos muebles modestos, y una cama de forma extraña, inclinada, y a lo largo de cuyas maderas hay algunas correas.

»Permaneció un instante en pie e inmóvil, y echando a andar de pronto, aquella débil enferma, que para ir de la cama a la butaca había necesitado ayuda de dos personas, avanzó con paso seguro, deslizándose sobre el pavimento como una sombra, sin buscar apoyo ni en la pared ni en los muebles.

Pero no; se vistió a medias, y tropezando con paredes, y puertas, y muebles, y personas, llegó al pie del lecho de su esposa.

La viuda Delfour se refugió en el último piso con los muebles de su antiguo esplendor, dejando libre el resto de la casa á su hijo y su nuera, para que ésta pudiese satisfacer sin obstáculo sus gustos decorativos.

Y todavía no era esta impertinencia de un viejo fantasma panzudo que se acomodaba sobre mis muebles, sobre las colchas de mi lecho, lo que más me exasperaba. Mi horror supremo consistía en una idea clavada en mi espíritu como un hierro inarrancable: «yo había asesinado a un viejo».

Palabra del Dia

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