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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Soy suegra, que es lo último que se puede ser en este mundo, y tengo esa penitencia y otras muchas que usted no sabe. Me las figuro. No se las puede usted figurar. Pues, querida, a mí me gustaría muchísimo ver a mis hijos reconciliados. No hay cosa más fea que un matrimonio reñido dijo la bendita de Mariana con su palabra lenta, arrastrada, de mujer linfática.
Te confieso que para querer á los hombres tengo que acordarme á menudo de que son prójimos y quererlos por amor de Dios. Á las mujeres, por el contrario, las quiero, no ya sin esfuerzo, sino por inclinación decidida. Sois dulces, benignas, compasivas y muchísimo más religiosas que los hombres.
Estos potentados de la ciencia no se mueven de su casa más que para visitar a príncipes o gente de muchísimo dinero. Te digo que vendrá. Voy abajo. Su Majestad le pondrá cuatro letras... Eso me parece acertadísimo. Y si la Señora quiere añadir que se trata de un pobre... mejor que mejor. Dios te bendiga, hijita.
No tomé, sin embargo, esta resolución sin vacilar muchísimo y volverme atrás infinitas veces, porque bien se me alcanzaba que no tenía derecho alguno a intervenir en los asuntos de la hermana.
¡A ver si hay silencio! gritó el empleado imperiosamente. Todos quedaron inmóviles, con la vista baja, pero vagando en su boca una sonrisa, como si les divirtieran muchísimo los incidentes de su vida de encierro. El empleado siguió designando por sus nombres a la doble fila de pillos.
Al cabo de un instante se echa un poco hacia atrás y exclama con acento rudo y campechano: ¡Hombre, hace muchísimo tiempo que no veo ningún cuadro de usted! El año pasado pinté uno para la Exposición de Bellas Artes contesto. ¿Y desde el año pasado no ha pintado usted ningún otro? No, señor. Pero lo estará usted pintando.
Más debe hacerse por el sano próximo á caer enfermo, agotadas ya sus fuerzas, que por el enfermo. Diez días de reposo á orillas del mar le reharían, dándole robustez y fuerzas para el trabajo. El viaje, el sencillísimo abrigo de tan corta temporada veraniega, una mesa pública á bajo precio costarían muchísimo menos que una larga estancia en el hospital.
Acabo de saber, por la portera, que es V., en efecto, hermano «de esa chica,» y me pesa muchísimo de haber tenido con V. esa cuestión... ¿Qué cuestión? La que tuvimos, antes de entrar V... ¡Caramba, si yo lo hubiera sabido!... ¡Cómo había de atreverme! Por Dios, me dispense V. A Marte, al decir esto, se le había suavizado notablemente la expresión del semblante: la voz tampoco era tan profunda.
Hija mía, párese usted y piense bien lo que hace dijo el amigo, acercándose cariñosamente a ella . Eso de devolver dinero es un romanticismo impropio de estos tiempos. Sólo se devuelve el dinero que se ha robado, y usted tenía derecho a que él le diera, no sólo eso, sino muchísimo más.
Sí, señor, dos años, en un convento de Vergara... ¿Y le gustaba a V. estar allí? Muchísimo. Nunca he sido tan feliz como entonces. ¿De modo que de buena gana volvería V. con las monjas? ¡Oh, ya lo creo! Ella quiere volver y hacerse monja... pero le faltan monises dijo el animal de su primo terciando de nuevo en la conversación.
Palabra del Dia
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