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Don Álvaro no se movía; y vio a la Regenta detrás de los cristales, cerrando pausadamente las maderas; y ella en medio, en el hueco de luz, mirándole seria, dulce... y después cuando ya sólo quedaba un intersticio le miró risueña, juguetona. Volvió a abrir otro poco... y volvió a verle todo el rostro.

Sus crenchas cortas aparecían rizadas; acababa de vestirse un traje nuevo; se movía con menudos pasos empinada sobre altos tacones; adivinábase en toda ella una preocupación por embellecerse y agradar. Su rostro, bajo una capa reciente de polvos, parecía alargado, con leves oquedades en las mejillas, rastros sin duda de emociones debilitantes. Un círculo de sombra orlaba sus ojos, agrandándolos.

Las marismas reunidas sobre la cubierta a proa callaban y mis compañeros, excepto Julia, dormitaban sobre las tablas caldeadas, al abrigo de la vela extendida a popa formando carpa. Nadie se movía a bordo. La mar estaba quieta como una masa de plomo a medio fundir. El cielo límpido y descolorido por el resplandor del sol de mediodía reflejaba sobre el agua como en un espejo empañado.

¿Y dónde ponemos a este pobre mamarracho? dijo Doña Paca palpando a Frasquito, que, aunque no estaba sin conocimiento, apenas hablaba ni se movía, yacente en el santo suelo, arrimadito a la pared».

Un vientecillo suave que apenas movía los más tiernos tallos y renuevos, esparcía con sus alas el grato aroma de las flores, trasladaba a larga distancia las aladas semillas y llevaba de unos cálices a otros el polen fecundante.

Luego, cuando la afición a los versos le sacó del círculo solemne y entonado en que se movía su familia y vivió en el Ateneo y en las redacciones de los periódicos, su facultad admirativa fue achicándose, y sin dejar de sentir cierta veneración por la personalidad moral de su padre, creyó menos en la valía de su inteligencia.

Y el viejo, con el bigote un tanto erizado y los mongólicos ojos echando chispas, se movía y braceaba furioso, como si arrojara su indignación a la cara de un ser invisible.

Sólo así podría escapar a la maldición que le perseguía quizá desde el vientre de la madre. Caminó incansablemente, empujado como Ashavero, por un viento misterioso que no movía las hojas de los árboles, y que él, con todas sus fuerzas, no hubiera podido resistir.

El cocinero, que hacía ya mucho tiempo no era otra cosa que una máquina que se movía á voluntad de la potencia que tenía al lado, se levantó y dió á correr, temblando, llorando y rezando, todo á un tiempo. El padre Aliaga, levantándose los hábitos, asido del brazo de Montiño, corría también. ¿Y quién es la persona á quien mata el tío Manolillo? dijo el padre Aliaga.

Agitado por mil sospechas contrarias, dominado por una cólera furiosa, movía entre sus trémulas manos las cartas, sin pensar en ellas, imaginando horribles venganzas contra su esposa y contra el... ¿Contra quién? ¿Cuál era el traidor? La duda encendía aún más su rabia. Lo que había visto era bien concluyente. Y, sin embargo, su pensamiento no podía apartarse del conde de Onís.