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Actualizado: 20 de julio de 2025
El tío Ventolera tiró de su aparejo de pesca con un ronquido de satisfacción. ¡Y van ocho!... Pendiente de un anzuelo, coleaba y movía sus patas una especie de langosta de obscuro gris. Otras semejantes descansaban inertes en una espuerta al lado del viejo. Tío Ventolera, ¿no canta usted la misa? Si usted lo permite...
Y movía el látigo corto con su terrible tira de cuero. Hubo de aceptar al fin el español que le acompañase hasta el pueblo, convencido de lo inútil que era oponerse á sus propósitos. Aún perduraba en Rojas la furia homicida de su combate á muerte con el gaucho, y Robledo esperaba abonanzarle cuando hubiesen transcurrido unas horas.
Sobre un montón de cables, un emigrante de cabeza rapada movía el arco de su violín, sin que el más leve sonido llegase hasta el paseo donde rugían los cobres.
A veces interrumpíase el estertor de su respiración con una tos seca, lanzando espectoraciones estriadas de sangre. La vieja movía la cabeza. Ella esperaba algo negro y monstruoso, una oleada putrefacta que, al salir, se llevase todo el mal de la muchacha. Una tarde la vieja prorrumpió en alaridos. La niña se moría; se ahogaba.
El sol entraba en el salón amarillo y en el gabinete de la Marquesa por los anchos balcones abiertos de par en par; estaba convidado también, así como el vientecillo indiscreto que movía los flecos de los guardamalletas de raso, los cristales prismáticos de las arañas, y las hojas de los libros y periódicos esparcidos por el centro de la sala y las consolas.
Rafael dio un paso atrás, sintiendo el vaho de aquella boca anhelante y rabiosa que buscaba hacer presa en sus piernas, pero se tranquilizó al ver que el perro, tras una corta indecisión, movía bondadosamente la cola y se limitaba a husmear los pantalones para convencerse de la identidad de la persona.
Efecto inmediato. Verán ustedes... Si se le da a un anacoreta, en seguida se pone a bailar». Como la nueva fase del trastorno de Maxi era pacífica, tía y esposa estaban en expectativa. Por las noches no se movía de la cama, y si bien es verdad que hablaba solo, hacíalo en voz baja, en el tono de los chicos que se aprenden la lección.
No la movía el interés; no la deslumbraba el brillo del oro y de la pedrería. Lo que la encantaba era la locura misma que D. Jaime hacía por ella, el desprendimiento generoso y el sacrificio desmedido que representaba aquel regalo, en proporción a la fortuna de D. Jaime. El regalo, pues, si ya no hubiese estado doña Luz tan prendada, hubiera acabado de enamorar y seducir su corazón.
Contoneábase con arrogancia, chupando el puro que llevaba en la mano izquierda; movía las caderas al andar bajo su hermosa capa, pisando fuerte, con una petulancia de buen mozo. ¡Vaya, cabayeros... dejen ustés paso! Muchas grasias, muchas grasias.
Damián Arias de Peñafiel fué un eminente artista dramático de su época, de quien dice Caramuel que tenía voz clara y harmoniosa, una memoria excelente y una acción animada y expresiva, pareciendo como si las gracias acompañasen á los sonidos articulados por su lengua, y Apolo á sus gestos y al movimiento de sus manos . La fama de que disfrutó fué tan grande, que los mejores oradores de Madrid aprendieron de él el arte de hablar, y era tanto el entusiasmo que movía, que D. Luis de Benavente dice de él, en uno de sus entremeses, lo que sigue: Que en ocupando el teatro Arias, compañero nuestro,
Palabra del Dia
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