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Actualizado: 4 de junio de 2025
En el centro del Tabernáculo, sobre una mesa redonda, mostrábanse formadas en círculo todas las botellas de la casa, desde el vino, casi fabuloso, viejo de un siglo, que se vende a treinta francos para las fiestas tormentosas de archiduques, grandes-duques y famosas cocottes, hasta el Jerez popular que envejece tristemente en los escaparates de las tiendas de comestibles y ayuda al pobre en sus enfermedades.
Algunos de los que estaban en la gañanía lo noche de la juerga, tuvieron que pedir la cuenta y buscar trabajo en otros cortijos. Los compañeros mostrábanse indignados. Iban a llover puñaladas. ¡Borrachos! ¡Por cuatro botellas de vino habían vendido a unas muchachas que podían ser sus hijas!... Juanón llegó a encararse con el aperador.
El ruido de los carruajes, el arrastre de los tranvías, todo el estrépito de la vida moderna pasaba, sin rozar ni conmover esta institución antiquísima, que permanecía allí tranquila, como quien se halla en su casa, insensible al paso del tiempo, sin fijarse en el cambio radical de cuanto le rodeaba, incapaz de reforma alguna. Mostrábanse orgullosos los huertanos de su tribunal.
Pero el Ferrer era hombre de oficio, poco entendido en materias agrícolas, y aunque todos los ibicencos mostrábanse igualmente dispuestos a cultivar la tierra, echar una red en el mar o hacer un alijo de contrabando, pasando fácilmente de un trabajo a otro, él quería para su hija un verdadero labrador, habituado toda su vida a arañar el suelo. Su resolución era inquebrantable.
Los que semanas antes aturdían al gobierno con sus lamentaciones, como si fuesen a morir degollados por aquellas turbas que permanecían en la campiña, con los brazos cruzados, sin atreverse a entrar en Jerez, mostrábanse ahora arrogantes y jactanciosos hasta la crueldad. Se reían del gesto fosco de los huelguistas, de sus ojos, que tenían el estrabismo malsano del hambre y la desesperación.
Algunos troncos faltos de hojas cubríanse de colgantes pabellones de fibras, semejantes a vestiduras que cayesen en andrajos. Al otro lado del camino, por entre la empalizada de los troncos y las copas de los árboles crecidos en la pendiente, mostrábanse a cada revuelta la ciudad y la bahía. Las masas de techumbres rojas y pardas estaban igualadas por la distancia.
Su acólito Urquiola hablaba de la batalla de la tarde con aires de caudillo. Algunos mostrábanse desconsolados por la idea de que pudiera suspenderse la romería. Al fin, era un suceso que amenizaba la vida monótona y gris de la población. Aresti no dudaba de que se verificase.
El y el empleado mostrábanse indecisos y con mal humor ante aquella mujer de ojos enrojecidos y mejillas hundidas, que seguía plantada en el patio sin saber qué hacer... Los dos hombres sentíanse atraídos por el rumor del gentío y la música que sonaba en la plaza. ¿Iban a estar allí toda la tarde, sin ver la corrida?... El empleado tuvo una buena inspiración.
Unos verdaderos sibaritas los tales viñadores; ¿y aún se quejaban y exigían reformas amenazando con la huelga?... En el Caballista, los que eran propietarios de las viñas mostrábanse enternecidos por repentina piedad, y hablaban de los gañanes de los cortijos. ¡Aquellos pobrecitos sí que eran merecedores de mejor suerte!
Otros mostrábanse malhumorados y negaban rotundamente cuando se les suponía tal origen; pero él lo ostentaba con cierta satisfacción, como queriendo hacer de ello un título de gloria. Nada debo a nadie exclamaba al regañar a sus dependientes . A mí nadie me ha protegido. Los míos me dejaron como un perro en medio de esa plaza.
Palabra del Dia
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