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Actualizado: 22 de mayo de 2025
El prelado comenzó a decir con voz clara y solemne: Sé, querida hija, que habéis formado resolución de encerraros para siempre en esta santa casa con propósito de ser toda la vida esclava del Señor... Sé también que vuestra voluntad es firme, y que habéis sabido resistir, no sólo a las vanas seducciones del mundo, sino también a aquellos goces honestos que la bondad de Dios nos permite... Pero la vida, hija mía, en el seno de la mortificación y penitencia suele ser más larga que en el tumulto de los placeres, y mientras nuestro espíritu resida aprisionado en la carne, somos el blanco de graves e incesantes tentaciones...
Verdad es que doña Manolita dio a su padre un par de cariñosos besos para endulzar aquella mortificación de amor propio. Hasta hubo ocasión en que D. Anselmo se sintió más mortificado y vejado.
Su espíritu de mortificación era grande y su severidad de costumbres tanto más meritoria cuanto que se veía continuamente acosado por tenaces tentaciones, que el Demonio hacía surgir con preferencia de los mismos pasajes de la Escritura, revestidas de suntuosidad y desprendiendo un olor raro y voluptuoso de Oriente. Noche y día rondaba el Tentador en torno de su alma.
En esta combinacion de leyes, que son los principios por donde se ha de resolver la qüestion, es preciso atender á las mas urgentes y necesarias por la máxîma primitiva de acudir á lo mas preciso sin despreciar lo demas quando hay lugar; y siendo mas necesaria la conservacion propia, y la del feto, que la mortificacion que se intenta con el ayuno, prefiere el entendimiento las leyes naturales á las Eclesiásticas, y resuelve que la muger preñada no está obligada al ayuno.
Y es lástima, cuando se trata de la mujer más hermosa del ejercicio... perdonad, Mari Díaz, la más hermosa después de vos. Afortunadamente estoy aquí para daros las gracias, señor Ginés Saltillo dijo la comedianta sin poder dominar completamente su mortificación. ¿Y quién es él? No le conoce nadie. ¿Es forastero? Y altivo. ¡Aunque pobre!
Aunque todavía estaba guapa, a pesar de los ocho vástagos que había tenido, se sintió en el fondo del alma, inferior a Juanita en hermosura; no dejó de notar, con profunda mortificación, que Juanita estaba vestida con mejor gusto que ella; hasta en la distinción, aunque doña Inés se preciaba de muy distinguida, tuvo recelos de que Juanita le llevaba ventaja.
Iniciábase en él cierta tendencia a imponerse privaciones y sufrimientos, y la mortificación, que antes le sublevaba, por liviana que fuese, ya le complacía.
La señora de Maurescamp pasó la mañana del día siguiente arrepentida amargamente del paso que había dado; su alma delicada y solitaria le reprochaba su avance. Si el señor de Lerne no venía, ¡qué mortificación!
Don Luis, en medio de su mortificación y mal humor, se reía de lo cómico del recuerdo; hallaba que no faltarían en España filósofos que adoptarían de buena gana el método persiano; y si él no le adoptaba también, no era a la verdad por miedo del chirlo, sino por consideraciones de mayor valor y nobleza. Acudían, por último, mejores pensamientos a su alma y le consolaban un poco.
En cambio ella se vengaba turbando el tranquilo curso de su vida, haciéndole sufrir una dolorosa mortificación de amor propio y, lo que era más grave, inspirándole ideas cuyo alcance no podía calcular. Las últimas frases que don Juan pronunció mentalmente en aquel largo y humillante monólogo fueron estas: «Sí, ¿eh?... Pues ahora me gusta más que antes... ¡ella caerá!
Palabra del Dia
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