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Actualizado: 15 de junio de 2025
De tarde en tarde, las damas reunidas para hacer tejidos de lana destinados al ejército evocaban su nombre al pasar revista á los muertos y los ausentes. «¿Las pequeñas Maxeville?...» Realizaban proezas á su modo en los hospitales del frente de guerra. Donde ellas estaban, los hombres se morían sonriendo.
De cuán flojamente se pasó con los enfermos, porque se dió mejor maña á ser albacea que á hacerles curar, que si los que morían dejaban algunos dineros á los clérigos y frailes que allí les servían, se lo tomaba.
El Magistral reanimó también el espíritu de la escuela con chascarrillos morales y apólogos joco-místicos. Las muchachas se morían de risa, se retorcían en los bancos, y dejaban ver a los profanos y a los catequistas, relámpagos de blancura debajo de las faldas que movían indiscretas, sin pensar en ello muchas, algunas sin pensar en otra cosa.
En este medio se pasaba mucha gente á los turcos y morían muchos, así por la falta de medicinas como por el mal gobierno que había en el hospital, que aun para enterrar los muertos no nos supimos dar maña, sino echarlos de la muralla abajo, para que entendiesen los enemigos lo poco que podíamos durar, porque huyéndose y muriendo tantos, no podía faltar de verse presto el cabo de nosotros.
Todavía hay en Santiago quien recuerda a Montero Ríos guiando por las calles un rebaño de cerdos. Más tarde guió electores. Luego, diputados... Sí. Los cerdos llevaban aquí una vida completamente patriarcal. Cuando les llegaba su San Martín, berreaban horriblemente y estiraban una pata, que era un jamón. Morían dolorosamente, pero sin remordimientos de conciencia.
Veía a los banderilleros exponer la vida lo mismo que los maestros a cambio de treinta duros por corrida, y luego de una existencia de fatigas y cornadas llegar a viejos, sin más porvenir que una mísera industria montada con los ahorros o un empleo en el Matadero. Algunos morían en el hospital; los más pedían limosna a los compañeros jóvenes.
Felipe IV, fiándolo todo y descansando de todo en sus privados, a la mañana iba de caza, a la tarde ponía rejones, y de noche buscaba en los camarines del Retiro y en las celdas de San Plácido aventuras con que olvidarse de que los tercios morían de hambre en los Países Bajos y Portugal se alzaba independiente.
Diana era la diosa del monte. En el museo del Louvre de París hay una estatua de Diana muy hermosa, donde va Diana cazando con su perro, y está tan bien que parece que anda. Las piernas no más son como de hombre, para que se vea que es diosa que camina mucho. Y las niñas griegas querían a su muñeca tanto, que cuando se morían las enterraban con las muñecas.
Las medicinas para los enfermos y heridos estaban asimismo estragadas y corrompidas, así por el calor que allí hacía, como por ser viejas y haber venido por mar, y aquéllas que se habían de hacer de nuevo el agua salada las estragaba, y la tela y el lienzo con que se curaban los heridos se lavaba con esta agua, y por esta causa se morían, por poca herida que tuviesen, que no escapaba de ciento, uno, y habiendo de hacer pan fresco de la harina que tenían, era necesario hacerlo con la misma agua salada, y asimismo para guisar cualquiera cosa, así en potaje como de otra manera, y por esto lo pasaban muy mal, aunque tenían provisión de legumbres y arroz.
Las únicas palabras que en los ocho meses de clase se cruzaron entre ambos, eran el nombre propio leido en la lista y el adsum diario con que el alumno contestaba. ¡Con qué amargura salía cada vez de la clase y, adivinando el móvil de la conducta que con el se seguía, qué lágrimas no se asomaban á sus ojos y cuántas quejas estallaban y morían dentro de su corazon! ¡Cómo había llorado y sollozado sobre la tumba de su madre contándole sus ocultos dolores, humillaciones y agravios, cuando al acercarse la Navidad, Cpn.
Palabra del Dia
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