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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Por lo que respecta al número de ellos claro está es muy dificil saberlo, aun estando dentro de la ciudad: no por eso dejé de preguntar repetidas veces á varios indios, los que respondieron, considerase si serian muchos, cuando eran inmortales, pues en aquella tierra no morian los españoles.
El aya levantaba sus ojos profundos y los fijaba un instante en el grupo de los caballeros. Al fin, nuestro señorito decidióse á tomar una de las copas que aún quedaban sobre la mesa. Empezó á observarla escrupulosamente, dándole vueltas y más vueltas en la mano, haciéndola sonar con un golpe de uña y llevándola después al oído para escuchar sus vibraciones hasta que morían.
En éstas y otras, la estación avanzaba y el melancólico otoño iba iniciándose á medida que morían las ilusiones del forastero.
Los primeros navegantes que habían pasado al otro hemisferio daban por seguro que en la línea morían todos los parásitos que se albergaban en los cuerpos de los marineros y en las rendijas de las naves. Y esta creencia no era solamente de los descubridores españoles; franceses e ingleses la adoptaban igualmente, llegando a ser durante muchos años una verdad universal.
Los astutos venecianos, para arruinar á Génova, ajustaban un tratado en Perpiñán con la marina de Cataluña, y empezaba en el Mediterráneo una de las guerras más crueles de la Historia, guerra de escuadras numerosas y odio implacable, en la que eran pasadas á cuchillo tripulaciones enteras y los capitanes vencidos morían pendientes de una antena de su buque.
Las demás gentes no viajaban; y semejantes los hombres a los troncos, allí donde nacían, allí morían.
Tiempos eran aquéllos de pobreza dijo Ojeda . Los mismos reyes andaban siempre apurados de dinero, la Hacienda pública era menos regular que ahora, y la nación, esquilmada por las guerras con los moros y la de Nápoles, no podía ayudar mucho a unos descubrimientos que sólo habían dado como resultado el hallazgo de islas improductivas en las que morían los hombres. Algo olvidado murió el Almirante. La gente, en España y fuera ella, no prestó atención al suceso: el descubridor se había sobrevivido a su fama. En los ocho años que siguieron al primer descubrimiento se habló mucho de él; luego, en los cinco últimos, el silencio y la indiferencia. Había ido a conquistar las riquezas de Oriente, y nadie veía las tales riquezas: era simplemente el descubridor de unas islas de la extrema Asia.
Los escritores franceses, que tienen el buen talento de equivocar todo, y de juzgar ligeramente, han descrito las prisiones con negros y románticos colores: yo las he visitado, están en el mismo estado que cuando las construyeron: no son alegres como no lo es calabozo alguno, pero nada tienen de lúgubres; el Gran Canal está delante, por el lado las baña otro canal, algunos morian ahogados con solo abrir la puerta de su calabozo, eran rarísimos.
Era prolijo en las descripciones, deteniéndose más cuando el objeto reproducido estaba lleno de telarañas, habitado por las chinches ó colonizado por la ilustre familia de las ratas, y su estilo tenía un desaliño sublime, remedio fiel del desorden de la tempestad. ¿Será preciso decir que usaba de mano maestra los más negros colores, y que sus personajes, sin excepción, morían ahogados en algún sumidero, asfixiados en laguna pestilencial, ó asesinados con hacha, sierra ú otra herramienta estrambótica?
A la misma hora en que tantos miles de seres morían en masa, borrándose pueblos enteros de la superficie del planeta, él vivía sometido á una mujer, y encontraba muy dulce esta servidumbre... Una tarde, en el bar de los salones privados, Alicia le habló con resolución. Necesitaba hacer el gran juego. Ya estaba harta de «trabajar» con pequeñas cantidades, consiguiendo ganancias modestas.
Palabra del Dia
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