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Hullin detuvo el paso, pensando en la vida tranquila, apacible, que abandonaba quizá para siempre; en su cuartito, tan abrigado en invierno y tan alegre en la primavera, cuando abría las ventanitas para que penetrase la brisa de los bosques; en el tic-tac monótono del viejo reloj y, sobre todo, en Luisa, en su buena y querida Luisa, hilando silenciosamente, con los ojos bajos, cantando alguna antigua canción, con voz pura y penetrante, durante las horas del atardecer, en que ambos se consumían de aburrimiento.

Ah-Fe trepaba por la larga colina de la calle de California, barrida por el viento; no se sentía la temperatura ni se distinguía el color en la tierra ni en el cielo; ni luz al exterior ni sombra por el interior de los edificios, sólo un tinte gris, monótono, universal, que se cernía por todas partes.

Si él había podido reconocerla, era porque, al vivir tanto tiempo en el mismo lugar solitario y monótono, sus impresiones antiguas se mantenían vivas, con la incesante renovación del recuerdo, sin que otras las sofocasen bajo su paso. En cambio, ella había vivido tan aprisa y visto tantos hombres, que le era imposible acordarse del español.

La Baronesa de Börne, frecuentadora asidua de la Casa de Salud, refería a todos los recién llegados la historia, con gran acopio de detalles, y ellos se quedaban escuchándola, indiferentes a esas cosas pasadas, de las que no habían sido espectadores, y hasta fastidiados con tan monótono relato. Y pronto llegó el día en que la misma Baronesa olvidó el asunto.

En el fondo, sobre las obscuras montañas, coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio; por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas; ladraban los perros tristemente; con el canto monótono de ranas y grillos confundíase el chirrido de carros invisibles alejándose por todos los caminos de la inmensa llanura.

Traerlos cerca estando allí Anita sería una crueldad; no la dejarían dormir la mañana. Pero él ¡con qué deleite hubiera saboreado el primer silbido del tordo, el arrullo voluptuoso de las tórtolas, el monótono ritmo de la codorniz, el chas, chas cacofónico, dulce al cazador, de la perdiz huraña!

Tenemos el relato del primer viaje escrito por el mismo Almirante, su Diario de navegación, que no puede ser más monótono. Viento favorable, buena mar, indicios de tierra, maderas que flotan, pájaros que cantan en los mástiles de las carabelas como anunciando la proximidad de costas invisibles.

El rigor del castigo y la obligación de ocuparse en un ejercicio sedentario y monótono, en local de mediana luz y nada alegre, hicieron a Mariano taciturno; palideció su rostro y adelgazó su cuerpo. A los cuatro meses ya componía él solo, si no con ligereza, con exactitud, las leyendas de las aleluyas, que eran en número fabuloso. Se las sabía todas de memoria y le bastaba ver la tosca viñeta para adivinar y componer en seguida los pareados.

Era imposible que aquel hombre, por más sordo que fuese, no hubiera oído el tumulto que se hacía a su espalda. D. Salvador comenzó a enojarse, y dejando de gritar, consideró al altivo viajero con atención. Montaba una mulita baya, pobremente ensillada, a lo que podía ver, y que marchaba con su paso monótono, llevando la cabeza casi entre las piernas.

Ni un ave en el espacio, ni un ser viviente en el suelo en cuanto abarcaba la vista, y el rumor continuo, igual, monótono, del invisible río, como si fuera el estertor de la naturaleza, que se moría tiritando, anémica y abotargada por la frialdad.