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El rigor del castigo y la obligación de ocuparse en un ejercicio sedentario y monótono, en local de mediana luz y nada alegre, hicieron a Mariano taciturno; palideció su rostro y adelgazó su cuerpo. A los cuatro meses ya componía él solo, si no con ligereza, con exactitud, las leyendas de las aleluyas, que eran en número fabuloso. Se las sabía todas de memoria y le bastaba ver la tosca viñeta para adivinar y componer en seguida los pareados.

Un jóven saboyano nos guió á contaduría, y nos proveímos de dos asientos de palco principal, únicos que quedaban pareados, mediante once pesetas cada uno. Penetramos en el teatro, cuyo pórtico no deja de tener cierto aspecto de majestuosa austeridad. Una escalera espaciosa y bien iluminada nos conduce al piso primero.

Se había contagiado de la afición de sus aprendices a cantorrear los pareados de las aleluyas, y así, sin pensarlo, cantaba con la música de Rouget de L'Isle estos versos: Muchos niños pequeñitos van vestidos de angelitos. Capítulo V Entreacto en el café Mariano pasó algún tiempo en esta vida, sin que ocurriera cosa alguna digna de ser contada. Pero en la primavera del 76 ya empezó a fastidiarse.

Quintillas de pie quebrado: «No aumenten, doña María, Mis ansias vuestros enojos, Que en vos salen por los ojos Parando en el alma mía. Versos pareados, el segundo de los cuales es quebrado: «Abre la puerta vejona Cara de mona, Abre hechicera, bruja La que estruja Quantos niños hay de teta, Por alcahueta Once meses azotada Y emplumada, etc

Y el paseo continuó sin nuevas interrupciones. Estaba la tarde serena. El sol molestaba todavía bastante, por lo cual, después de bajar al pueblo, eligieron el camino sombrío que conducía a la montaña por una cañada paralela a la del Molino. Marchaban pareados, a no ser cuando el camino era demasiado estrecho, que iban uno en pos de otro.