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Actualizado: 14 de octubre de 2025


El primer jovenzuelo se cree un genio. ¡Qué escándalo! Golbasto movía la cabeza aprobando estas protestas, y los admiradores insistían en sus lamentos, como si fuera á llegar el fin del mundo aquella misma tarde. El solemne Momaren cortó á tiempo este concierto de quejas, pues los que rodeaban al versificador habían agotado ya todas sus palabras de indignación y no sabían qué añadir.

Para Momaren, la mejor de las esperanzas era que su hijo viviese como él no supo vivir: observando el celibato, que conviene á toda mujer de estudios, pensando únicamente en la gloria propia y en el porvenir de la humanidad, sin caer nunca bajo la tiranía del hombre. Un sabio que desea ser verdaderamente fuerte necesita despreciar el amor.

Al convencerse de que estaba despierto y bien despierto, encontró cierto placer en examinar todos los detalles físicos del ilustre Momaren, que hacían de su persona una reproducción exacta, aunque en escala reducidísima, de otra persona existente en el mundo de los gigantes humanos. El Padre de los Maestros era mistress Augusta Haynes, la madre de Margaret.

El Padre de los Maestros le saluda y agradece su atención. Lo que el catedrático deseaba era volver al lado de Momaren. El entrecejo de éste y su boca tirante y desdeñosa le infundían terror. Se inclinó ante él cuando iba a entrar en su litera, y el eminente personaje le dijo con frialdad: -Me parece un buen hombre su Gentleman-Montaña, pero sin ningún sentido crítico.

Desde el momento que Ra-Ra era él, y Momaren era mistress Augusta Haynes, resultaba natural que el joven universitario sólo pudiera parecerse á una persona.... Y contempló con admiración á miss Margaret Haynes, su novia del otro mundo, que á través de la lente amplificadora se mostraba casi con su tamaño ordinario.

Momaren se arañó las muñecas en la obscuridad, preguntándose qué poder infernal al servicio de los envidiosos de su gloria había conseguido realizar esta catástrofe.... A ninguno se le ocurrió que el Hombre-Montaña pudiera haber empleado como asiento el techo que tenían sobre sus cabezas.

Los empleados le ignoraban voluntariamente. Vió á Momaren que salía del despacho del presidente. Al cruzarse con el profesor, que le saludó con una profunda reverencia, el Padre de los Maestros sólo tuvo para él una mirada fría y un murmullo ininteligible. Al fin, Flimnap, convencido de que había pasado su período de gloria y de influencia, salió del palacio del gobierno.

Si no lo hubiese llevado en mis entrañas murmuró dudaría que fuese mi hijo. Después el gran poeta tuvo que separarse de Momaren para atender á sus admiradores. Todos protestaban del hecho escandaloso que se estaba realizando en aquellos momentos sobre las gradas del templo de los rayos negros. ¡Ya no hay categorías, ni respeto ... ni vergüenza!

A pesar de que el poeta vivía de sus continuas peticiones á los altos señores del Consejo Ejecutivo y de las munificencias de Momaren, que también era personaje oficial, sentía hoy cierto afecto por el jefe de la oposición y encontraba muy atinados sus ataques contra un gobierno que no sabía velar por las glorias establecidas y apoyaba las audacias de los principiantes.

¿Qué decía usted, querido profesor? preguntó Edwin con la expresión de un hombre que despierta. Estas palabras aumentaron las risas en el doctorado joven. Algunos universitarios se encogían y achicaban para lanzar carcajadas con toda libertad al amparo de las espaldas de sus vecinos. Querían aprovechar la ocasión para reirse sin peligro del temible Momaren.

Palabra del Dia

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