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Actualizado: 15 de junio de 2025
Entre estas ciencias inexactas, que tanto me deleitan, hay una, muy en moda ahora, que es objeto de mi predilección. Hablo de la prehistoria. Yo, sin saber si hago bien, divido en dos partes esta ciencia.
Cuanto allí había era prueba de exquisito gusto, cultura y riqueza bien empleada. Indudablemente el lujo de relumbrón, las antiguallas falsificadas y los caprichos absurdos impuestos por la moda, no tenían entrada en aquella casa.
Clara, por instinto, se había acercado a otra joven señora también encinta y comunicaba con ella sabias y profundas observaciones acerca del arte de fajar los infantes. Elena, la condesa de Peñarrubia y otra señora se decían ardorosamente los últimos secretos de la moda. Tristán bostezaba con la mayor elegancia hojeando un álbum de retratos.
Aderezado de esa manera, ahorcábase en sus cuellos a la degollée, muy en moda entonces, y con una corbata con los colores de la patria; comía en un verbo, hacía comer a los muchachos, y en cinco minutos ocupaba majestuosamente su trono en el primer extremo del mostrador, campo de sus hazañas, donde, apoyado con toda la elegancia de que era capaz, pasaba la hora estéril del crepúsculo hasta que la noche llegaba y la high-life de aquella época entraba a disputarse las novedades de lo de Bringas.
Vestía rico abrigo de pieles, con traje de seda del color del sombrero, cubierta la falda por otra de tul o granadina, que era por entonces la última moda. Llevaba, como hemos dicho, el manguito levantado a la altura de los ojos: éstos posados en el suelo, como quien nada tiene que ver ni partir con lo que a su alrededor acaece.
El cristianismo ha divinizado la virginidad, es cierto. Pero si ha hecho de la virgen la esposa de Dios, no ha querido en modo alguno divinizar a las vírgenes mundanas, a las que uno de vuestros autores de moda llama las «semivírgenes.» Yo tampoco, abuela, hablo de las solteronas que conocemos...
Este deseo suntuario provenía de su adolescencia de guerrillero, cuando robaba zagalejos amarillos y rojos á las campesinas para confeccionarse uniformes. En París, más que la parquedad de su nutrición, le atormentaba el ir con trajes que no pertenecían á ninguna moda conocida.
Ahora bien: como desde hace mucho tiempo, y sea por lo que sea, no nos hemos lucido los españoles en las ciencias de observación y en el estudio de la naturaleza o del universo visible, bien se puede inferir que la corona de dichas ciencias y de dicho estudio, o sea la filosofía, o tiene que ser entre nosotros anacrónica y fuera de moda, o hasta cierto punto tiene que ser importada, como el telégrafo eléctrico, la fotografía, el teléfono, el fonógrafo y no pocas otras invenciones sutiles y pasmosas.
Allí se cuentan, con nombre y apellido, las queridas de los hombres de moda; se saca la cuenta de sus hijos naturales; se explica por qué se deshizo el casamiento con fulana, cuánto perdió en el club zutano, por qué se fue a Europa, por qué se vino, a qué mujer enamora actualmente, cómo le hace caso, dónde se ven y hasta en qué casa tienen lugar las citas.
Lo bueno es que tal modo de pensar es de tu edad, y ¡a Dios gracias! aun no te ha llegado el tiempo de exclamar con el Eclesiastés: ¡Todo es vanidad y nada más que vanidad! ¡Qué exagerado es ese Eclesiastés! Y luego es tan viejo. Se me ocurre que sus ideas han de andar fuera de moda. Vamos, vamos, callémonos.
Palabra del Dia
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