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Dos horas estuvo fuera. Volvió sofocada, quejándose del sol tan fuerte, que no parecía de invierno. ¿Ha llamado el niño? preguntó a Pampa. No, señora. ¡Qué cabeza! decíase misia Casilda, no me he acordado de llevar los cubiertos de plata; estos prenderos son todos unos judíos... ¡Cuánto corretear y qué discutir, para no traer más que mil ochocientos nacionales!

Misia Casilda salió, con paso resuelto, y tomó la calle de Moreno, rumbo al Este. Si él supiera, sería el primero en decirme que fuera a casa de Esteven, si no iba él en persona... ¡Cómo permitir que ese hombre se entere de la vergonzosa acción de Quilito! ¡ay, sólo de pensarlo, la cabeza se me va!... ¿Me recibirá Gregoria?

Pero misia Gregoria no participaba de esta conformidad; cuando se repuso, apretando el pañuelo sobre los ojos hinchados, contó la historia de la desgracia. El ciclón desencadenado sobre la Bolsa había arrastrado todo, casas, tierras, depósitos bancarios... así, en un santiamén... ¡todo, todo! Lo único puesto en salvo era la estancia, que les serviría de asilo.

El padre y la tía casi no le veían la cara y cuando lograban vérsela, al atravesar el patio o al sorprenderle en su cuarto vistiéndose, se les figuraba muy pálido, muy flaco, la estampa marcada de un calaverilla precoz y sin freno. Acabará por enfermarse decía misia Casilda, ¡se acuesta tan tarde! ¿por qué no le hablas ?

¡No los he visto!... Yo suelo visitar a nuestras relaciones y las conoces, Lorenzo, sin encontrar jamás, así: ¡jamás! nada que no sea un «poker armado» o una acalorada discusión, entre damas y caballeros, sobre el costo del sombrero de fulanita; ¡pero, hombre! sin ir más lejos: la otra noche fui a lo de Méndez, ¿sabes? a lo de misia Edelmira, porque era día de recibir.

Quilito se echó en la cama, de espaldas, y misia Casilda se sentó en un sillón, frente a frente.

Hubo también, así en los tiempos antiguos como en los modernos, otros Nuezvanas, Ponces y Ebros insignificantes y oscuros; pero misia Melchora sólo considera como suyos a los que figuran en la historia.

No había banco en el recibimiento, y como el condenado aquél no la invitó a pasar, misia Casilda se sentó en un tramo de la escalera; ¡ganas de llorar tenía! ¡con tal que pudiera entenderse con aquel hombre!

Caminaba muy despacio. Así llegó a la casa de Esteven y el mismo espectáculo que sorprendió a misia Casilda, le chocó a él igualmente.

Nadie pensaba misia Casilda, ni un criado, ¿llamaré? ¡Dios mío! no me atrevo; ganas me dan de bajarme y echar a correr... ahí viene alguien. ¡Valor! Cuatro changadores, con el piano en hombros, salieron por la puerta de la antesala, y una vocecita fresca decía: ¡Cuidado! reparar en los cristales y en el farol; más despacio, agacharse un poco...