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También podía ser que sonaran y ella no los oyera. Pero ¿cómo no los oía Segunda, que estaba al otro lado del tabique? Luego, el brazo se puso también como carne muerta, resistiéndose a moverse. «¿Será que me estoy muriendopensó la joven, echando miradas a su interior. Pero poco pudo ver allí, por estar el interior a oscuras o fantásticamente iluminado.

Puesto que no se puede expresar todo, Puesto que el amor es infinito, Puedes preguntar a mis ojos Cuánto te quiere mi corazón... ¿Por qué se cruzan de pronto sus miradas? ¿Por qué tiemblan los dos como si una descarga eléctrica les sacudiese los miembros? No pasa una sola hora de la noche Que no se despierte mi corazón; Que no piense en ti, Que no piense que me has dado mil veces tu corazón...

Pero lo que atrajo todas las miradas, y lo que puede decirse que transfiguraba á la mujer que la llevaba, de tal modo que los que habían conocido familiarmente á Ester Prynne experimentaban la sensación de que ahora la veían por vez primera, era LA LETRA ESCARLATA, tan fantásticamente bordada é iluminada que tenía cosida al cuerpo de su vestido.

Comí solitariamente en mi torre, servido como de costumbre por el viejo Alain, instruído sin duda por los rumores de antecámara de lo que había pasado, pues no cesó de clavarme miradas insinuantes, arrojando por intervalos profundos suspiros y observando contra su costumbre un taciturno silencio. Sólo interrogado por , me hizo saber que las señoras habían decidido no ir al baile aquella noche.

Al despuntar la aurora del siguiente día Sola se levantó, y abriendo de par en par la ventana de su cuarto, que daba al campo, y a cuyo alféizar subían las ramas más altas de los almendros, aspiró el aire balsámico de la mañana y miró los senderos, el suelo, la torre de la catedral insigne, que a lo lejos y en medio del verdor oscuro del paisaje lucía como un ciprés de piedra, dejó correr luego sus miradas por el suelo adelante hasta el horizonte, término de amarillentas lomas y de azulados pedregales; fue con su espíritu más allá del horizonte mismo; volvió con tristeza.

Era aquella sensación primera de miedo y vergüenza de que se siente poseído el escolar cuando le ponen delante de sus compañeros, que han de ser pronto sus amigos, pero que al verle entrar le dirigen miradas de hostilidad y burla. Las recogidas que encontró al paso mirábanla con tanta impertinencia, que se puso muy colorada y no sabía qué expresión dar a su cara.

Cerca de ellas, sentadas en el suelo, había un corro de cuatro mujerucas, las cuales cuchicheaban desaforadamente, dirigiendo miradas penetrantes á todos lados. Eran las sabias del lugar.

Sus hermanos tenían que seguir una carrera, sus hermanas se habían casado, gracias a la dote; todos y todas fijaban en él miradas ansiosas y ávidas como en el autor y el sostén de su dicha. ¡Los réditos! Tal era la palabra aterradora que en lo sucesivo resonaba a toda hora, amenazante, en sus oídos, y por la noche le hacía despertarse sobresaltado y llenaba sus sueños de visiones espantosas.

Mis miradas se apartaron del niño y a hurtadillas se fijaron en el padre. Este había juntado las manos y contemplaba con piadosa atención a esa pequeña criatura humana. Una sonrisa indecisa, que expresaba tanto el embarazo como el júbilo, vagaba por sus labios. Sólo en ese momento pude observarlo a mis anchas.

El delirio de la fiebre turbó su cerebro; parecíale que las olas del mar se le acercaban, cual enormes serpientes, retirándose de pronto y cubriéndole de blanca y venenosa baba; que la Luna le miraba con pálido y atónito semblante; que las estrellas daban vueltas en rededor de él, echándole miradas burlonas.