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Hacíase esto por la salud del reino, y porque Dios le libertase de la terrible peste que á la sazon se padecia en Italia, y que el ignorante vulgo creía originada de los llamados polvos de Milán con que personas malignas inficionáran las aguas.

Veía en la densa obscuridad la Galería Víctor Manuel, de Milán, con su inmenso arco triunfal, boca gigantesca que parece querer tragarse la catedral; el Duomo, que se alza a pocos pasos, coronado por un bosque de estatuas y caladas agujas.

Ninguno, si no es insensato, puede negar en esto la fe á S. Agustin, porque era este Santo Doctor enemigo y capital perseguidor de la mentira: sabía cómo habian de observarse las cosas expuestas á los sentidos como el que mejor: refiere un hecho, que si fuera falso, tuviera contra todo el pueblo de Milan, que le daría en rostro la mentira.

Acertó entonces a llegar a Milán, fugitivo de Constantinopla, el marqués de Sabadell, perdido y arruinado, y presentóse en aquella logia, donde años antes le había iniciado Garibaldi.

Mientras D. Alvaro fué á Milán, el Duque despidió capitanes para que hiciesen gente en Sicilia y Calabria y repartió por todas las tierras de la isla, que cada una diese tantos gastadores. Destos hicieron compañías con sus capitanes y banderas. Entre tanto que la gente de guerra se recogía á Mesina, se entendía en embarcar la artillería y municiones y vituallas.

Creyendo en esas promesas, la Condesa le había conducido a Italia, a Milán, a los lagos lombardos, a los lugares familiares para ella, a las casas donde había vivido, esperando que estando lejos de sus correligionarios y por virtud del benéfico clima moral, la curación fuese más pronta. Lejos de eso, el desengaño había sido más rápido.

El Museo de pinturas es tambien notable: la sala italiana contiene cuadros de Andrea del Sarto, Ticiano, Verones, Vinci y otros; que al emperador de Austria le ha sido muy fácil adquirir merced á su dominacion en Milan y Venecia.

De allí salen para la gloria o para el hospital todos los que un día se tocaron la garganta, reconociendo que tenían algo, y arrojaron la aguja, la herramienta o la pluma, corriendo a Milán desde todos los extremos del mundo.

Supimos un día, por su hermana doña Pepa, que se había ido con la niña, lejos, muy lejos, a aquella ciudad donde estuviste , Rafael: a Milán, que, según me han contado, es el mercado de todos los que cantan. Quería que su Leonora fuese una gran tiple. Ya no le vimos más. ¡Pobre hombre!... La cosa debió marchar bien.

En Milan como en todas las poblaciones de Italia, existe un número grande de iglesias, algunas notables, sin incluir la catedral, que es un prodigio del arte.