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Un día, por ejemplo, le venía en mientes comer con los criados humildemente como si fuese uno de ellos.

Bien sabe que no empleé voluntariamente artificio alguno para engañar a usted. El nombre que di aquella noche fue el primero que me vino a las mientes; precisamente el nombre de uno a quien creí muerto; el del disoluto compañero de mi vida de libertino.

Como tenía la cabeza tan mareada, efecto de los inauditos acontecimientos de aquellos días, de la ausencia de Benina, y ¿por qué no decirlo? del olor de las flores que embalsamaban la casa, no le había pasado por las mientes el revisar las resmas de papeletas que en varios cartapacios guardaba como oro en paño.

Siguieron andando, acercándose a la linde del bosque, donde concluía el huerto. Me están saqueando, me comen vivo..., y cuando pienso en que esa tunanta me aborrece y se va de mejor gana con cualquier gañán de los que acuden descalzos a alquilarse para majar el centeno, ¡tengo mientes de aplastarle los sesos como a una culebra!

Un viejo papú, de alta estatura, con la cabeza adornada de plumas de aves del paraíso, y liada a la cintura una banda de tela que le caía por delante, se acercó al Capitán y le dijo en lengua malaya: ¿Dónde está mi hijo? ¿Tu hijo? exclamó Van-Stael . ¡No quién es! Había venido aquí para matar al jefe de los arfakis. No lo he visto. ¡Mientes! gritó el papú . ¡ lo has matado!

Había oído en el club multitud de menciones y referencias de acontecimientos pretéritos; pero a él ninguna se le venía a las mientes. De pronto una mujer, ¡oh genio de la mujer! dijo esto: Es como lo de Herodes. Tablas se estremeció de júbilo. Tenía lo que necesitaba.

Susana lloró, y costóle mucho trabajo convencer a la madre, que la conversación había sido de lo más soso e inocente del mundo. Lo creo, porque me lo dices dijo la señora, no mientes nunca... pero, yo me entiendo. No hablemos más de esto; ven a darme un beso.

Susana díjele colocándome delante de ella, con aire resuelto, ¿conque yo soy rica? ¿Quién os ha dicho tal sandez, señorita? Eso no te importa, Susana; lo que quiero es que me contestes y me digas dónde vive mi tío de Pavol. ¡Quiero, quiero! rezongó Susana, se acabó la niña a fe mía. Ídos a pasear, señorita; no os diré nada, porque nada . Mientes, Susana, y te prohíbo que me contestes así.

Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió: -Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaíno: ¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas!

-Naturalmente eres cobarde, Sancho -dijo don Quijote-, pero, porque no digas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de ser con una condición: que jamás, en vida ni en muerte, has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahora para entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento, y digo que mientes y mentirás todas las veces que lo pensares o lo dijeres.