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Actualizado: 5 de junio de 2025


En algunos lugares, el barro era tan profundo, que nuestros sostenedores se metían hasta las rodillas, y solo la larga práctica y la asistencia de sus compañeros pudieron sacarles del mal paso. Pero toda dificultad se vencía con aclamaciones, con espíritu alegre y festivo, risa estrepitosa, y por una espontánea y fraternal cooperación.

Y no lo había, realmente, en los adentros de la pobre muchacha, tan mal comprendida por su padre en ese particular... y en algún otro, pues no debe olvidarse que el arrechucho gordo de don Alejandro Bermúdez Peleches nació de haberla visto, de súbito, vestida de mujer, con unos fulgores y unos centelleos y un poder incendiario que le metían miedo; y hay que dejar bien declarado, hasta por obra de justicia, que no había en la naturaleza física de Nieves el menor detalle que no estuviera en cabal armonía con el sosegado equilibrio y la honrada disciplina de su conciencia moral.

Algunos de los cuales acudian Al reino del Perú y sus poblados: Con ellos muchos indios se metian En Vilcabamba, siendo maltratados De aquellos españoles que servian: Que muchos suelen ser desatinados De tal suerte en mandarles lo que quieren, Que hacen que los indios desesperen.

Mis amos gustaron de que les llevase siempre el vademecum, lo que hice de muy buena voluntad; con lo cual tenía una vida de rey, y aun mejor, porque era descansada, a causa que los estudiantes dieron en burlarse conmigo, y domestiquéme con ellos de tal manera, que me metían la mano en la boca y los más chiquillos subían sobre ; arrojaban los bonetes o sombreros, y yo se los volvía a la mano limpiamente y con muestras de grande regocijo.

Y por entre medio de esta invasión rústica, pasaba la gente de la ciudad; los burguesillos de arregladas costumbres con una capa vieja y un enorme capazo, en el que metían las provisiones, después de regatearlas tenazmente; las señoritas que veían en el mercado de los miércoles algo extraordinario que alegraba la monotonía de su existencia; los desocupados que pasaban horas enteras de pie, junto al puesto de un vendedor amigo, curioseando lo que cada cual llevaba en su cesta, murmurando de la avaricia de unos y de la generosidad de otros.

Con la imagen milagrosa no valían trampas. Únicamente se permitió comprar los cirios más pequeños que los deseaban sus convecinos, reservándose la diferencia del precio para lo que vendría después de la procesión. Los entusiastas del Cristo que no habían podido comprar una vela necesitaban hacer algo en honor de la imagen, y metían un hombro debajo de sus andas para ayudar á los portadores.

Por fortuna, entre las cosas que dejó Ballester en previsión de todos los contratiempos posibles, había un biberón muy majo. Este al principio extrañaba la dureza y frialdad de aquel pezón que en su boquita le metían.

Su figura es la misma que la de los lobos marinos, y solamente los llamaron leones, por ser mucho mayores que los lobos del Rio de la Plata. Hay de ellos rojos, negros y blancos, y metian tanto ruido con sus bramidos, que á distancia de un cuarto de legua engañaran á cualquiera, juzgando son vacas en rodeo.

En la calle de Ercilla tenía ya un séquito de seis muchachos; en la del Labrador, ya se le había incorporado una partida de diez y siete, entre hembras y varones, siendo las primeras, ¡cosa extraña!, las que más bulla metían.

No fue, como es fácil suponer, floja sorpresa la de Doña Francisca al ver que le metían en la casa un cuerpo al parecer moribundo, transportado entre Benina y un mozo de cuerda. La pobre señora había pasado la tarde y parte de la noche en mortal ansiedad, y al ver cosa tan extraña, creía soñar o tener trastornado el sentido.

Palabra del Dia

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