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Capítulo XXXVI. Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza Tenía un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulcinea.

ALCALDE. Será según y conforme. Por de pronto, hay testigos contra usté. DEMANDADO. Serán comprados. ALCALDE. Pues con usté va esta música. MERLÍN. Protesto. ALCALDE. Eso es palique.... Canta lo que sepas, y á jurar en seguida. Pero usté, ¿que pruebas trae contra Cleto Rejones? DEMANDADO. Mi palabra de caballero, mi conciencia y algunas razones de sentido común....

Eso no puede ser, tío Merlín objetó luego el alcalde; la cosa no trae tanta malicia. ¿Y á qué se agarra usté pa creer...? ¿Que á qué me agarro?... Esa es cuenta mía.

Después Su Majestad dijo que quería ver el decreto de la beneficencia que Feliú tenía preparado, porque estaba delante el obispo de León, y el Rey quería mostrárselo. Sacó del bolsillo su excelencia el manuscrito, y al mismo tiempo se le cayó un papel muy pequeño, sobre el cual Su Majestad, que es más ladino que Merlín, puso inmediatamente el pie.

El tío Merlín, que así llamaban al viejo de las sucias greñas, era la notabilidad del pueblo, donde se le había dado el nombre que llevaba por la reputación de listo que le acompañaba desde sus contemporáneos, que, al emigrar de este mundo, se le recomendaron á la generación heredera como un dije inestimable, como una providencia.

En el centro de la estancia una lámpara de bronce, pendiente del techo por una cadena, derramaba luz más viva, clara e intensa que la producida por la combustión de la cera y del aceite. Casi debajo de la lámpara había un atril y en el atril un gran libro manuscrito en pergamino. El Padre Ambrosio se acercó al libro y dijo: Esta es la Alegoría de Merlín.

MERLÍN. Y ¿quién le da á usté vela pa este entierro? ALCALDE. ¡Canario!, que haya orden, ó hago una barbaridad. MERLÍN. Yo estoy aquí de hombre bueno, y puedo hablar lo que me la gana. SECRETARIO. Cuando á usted le toque, y en sentido pacífico.... MERLÍN. Que le digo á usté que se mete en camisa de once varas. SECRETARIO. Y yo repito que usted se extralimita.

ALCALDE. ¡Orden!..., ¡que lo mando yo! MERLÍN. Señor alcalde, yo soy capaz de eso y de mucho más, porque cuando al hombre le asiste la justicia.... ALCALDE. ¿Jura usté? ¡ ó no! MERLÍN. Primeramente, como hombre bueno que soy de Cleto Rejones, propongo que se arreglen las dos partes. Á no me gusta hacer daño á naide cuando la cosa se puede rematar amistosamente.

-Si no, ¿qué crees? -le preguntó don Quijote. -Creo -respondió Sancho- que aquel Merlín, o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magín o la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda.

MERLÍN. ¡Á se me ha faltao! CLETO. ¡Yo quiero lo que es mío! DON SILVESTRE. Por eso te vas á llevar un par de guantadas. CLETO. ¿Lo oye usté, señor alcalde? Visto, que el único testigo que presenta del caso sabe tanto como el Cleto Rejones.... MERLÍN. Pido la palabra. ALCALDE. ¡Silencio!