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DEMANDADO. No hay arreglo que valga; antes al contrario, estoy resuelto á pedir que se escriba el juicio, y á acudir con mi causa adonde haya lugar. ALCALDE. ¿Qué dice á esto el señor don Silvestre? DON SILVESTRE. Que se me está acabando la paciencia y temo que voy á echar por la ventana á ese bribón. MERLÍN. Que coste ese nuevo ultraje. MERLÍN. Que no se me falte, eso es lo que digo.

Llama siempre la atención que algunas de estas composiciones, como Los encantos de Merlín, según testifica Rojas, gustaron mucho tiempo, y que, á pesar de su probable mérito, no hayan dejado memoria duradera; y sólo nos lo explicamos recordando, que, según se desprende de las últimas, Artieda se opuso al drama nacional, y defendió las reglas clásicas, causa bastante para contribuir á la vez á que el público mirase con prevención al autor y á sus composiciones.

El tío Merlín bajó la cabeza, sonrióse, volvió á hacer rayitas en el suelo, y por toda contestación largó otro ¡jummmaaá! que produjo el mismo efecto que el anterior. Al cabo de un rato añadió: Señores, en el juriaco que se quiere abrir en la torre, ¿no ven ustedes ? Los circunstantes se encogieron de hombros.

Entre estos peregrinos que nos han dado chasco, te citaré a Simón el Mago, a Apolonio de Tiana, a Máximo de Efeso, consejero de Juliano el Apóstata, y por último, al encantador Merlín, a quien consideran en Europa como hijo del diablo, lo cual no hay para qué decir que es absurda mentira. ¿Pero es menester preguntó Morsamor llegar a estos sitios para participar de vuestra sabiduría?

Sabía más que Merlín y que todos los doctores de la Iglesia. ¡Si había hecho un sinfín de mapas y había descubierto no qué tierras que están allá por el mismo infierno! ¡Y hombres así los mandan a una batalla para que perezcan como un grumete! Le contaré a usted lo que pasó en el Bahama.

Por lo que hace á la casa, estaba cerrada herméticamente; y en toda la extensión que alcanzaba la vista no se distinguían más seres vivientes que el cazador, la miruella y un hombre que cerca de la casa esparcía toperas en un prado, y acechaba de cuando en cuando las operaciones del topo, á cuya caza andaba. Este hombre, á quien el de Madrid no veía, era el tío Merlín.

Bodas, bautizos, entierros, juntas, tertulias..., en cualquier acto de éstos y otros muchos, lo primero que la pública curiosidad buscaba anhelante era la presencia del tío Merlín; porque aquí para provocar la risa, allá para dar un consuelo y en el otro lado para ilustrar el juicio de los demás, su presencia era tan indispensable, que sin ella no se encontraba alegría, ni lágrimas, ni consuelo, ni parecer.

Y es de notar que el tío Merlín jamás era explícito en sus dictámenes, y que sus admiradores, al repetir á otros las ocurrencias del célebre viejo, apenas hallaban por donde cogerlas; y es claro: el tío Merlín, como casi todos los decidores del mundo, tenía todo su chiste en aquello que callaba, y lo que callaba era lo más importante.

Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia, y abrid los ojos y veréislo, aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene profetizadas el sabio Merlín, aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros fuésemos desencantados; que las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas''. ''Y cuando así no sea -respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja-, cuando así no sea, ¡oh primo!, digo, paciencia y barajar''. Y, volviéndose de lado, tornó a su acostumbrado silencio, sin hablar más palabra.

Al testigo Andrés del Jaral, por mal nombre tío Merlín, á la multa de dos celemines de maíz para las ánimas, y media azumbre de blanco para los enfermos del lugar, por insubordinación y faltas de mayor calibre al alcalde y demás personas presentes al juicio celebrado el día tantos de tal mes, á las tres de la tarde. CLETO. Señor alcalde, yo soy inocente.