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Actualizado: 14 de junio de 2025
Fortunata no comprendía. «Me explicaré mejor. Quiero decir que al maltratar a tu rival le has dado la victoria sobre ti. El hombre a quien queréis las dos pudo haber vacilado antes de elegir la que definitivamente había de merecer su amor. Ahora no vacilará. Entre una que se descompone y hace las brutalidades que tú hiciste y otra que padece y es maltratada, el amor tiene que preferir a la víctima. Toda víctima es por sí interesante. Todo verdugo es por sí odioso. En un pleito de amor, la víctima gana siempre.
Llegaba tarde al paseo, daba tres o cuatro vueltas, y cuando ya se sentía bastante envidiada, a casa, sin dignarse jamás pasar los ojos sobre ningún individuo del sexo fuerte en estado de merecer. Los vetustenses llegaron a mirarla como un maniquí cargado de artículos de moda, que sólo divertía a las señoritas. «Era una gran proporción» en quien no había que pensar.
Se consideraría la más dichosa de las vírgenes del cielo si al cabo de largos años de oración y penitencia, de amarguras y tribulaciones, Jesús le consintiera poner los labios una sola vez en su divino rostro. ¿Oh Jesús mío, será pecado el pedir esto? ¿Podrá merecer jamás esta ruin criatura un gozo tan infinito? Alzó los ojos.
La boca de la Nela, estéticamente hablando, era desabrida, fea; pero quizás podía merecer elogios, aplicándole el verso de Polo de Medina: «es tan linda su boca que no pide». En efecto; ni hablando, ni mirando, ni sonriendo revelaba aquella miserable el hábito degradante de la mendicidad callejera.
Los seis querían ir a Buenos Aires; y como bestias humildes, resignadas de antemano a los golpes que creían merecer, bajaban la cabeza contentos con su desgracia si lograban alcanzar el término del viaje. Don Carmelo habló en voz baja con el primer oficial.
No dejó legítima descendencia el Duque D. Perafán, sucediéndole en los Estados de su casa, su hermano D. Fernando Enríquez de Ribera, el cual, asímismo que los títulos y bienes de su antecesor, heredó el espíritu de cultura de aquel, que supo quilatar, al punto de merecer los mayores encomios de sus contemporáneos.
Cierto que, a pesar de ser buenos los tiempos, adelantaba poco a causa de las prodigalidades de su mujer; pero... ¡pobrecilla! él la disculpaba, recordando su juventud monótona y aburrida al lado del tacaño padre, y además, decíase a sí mismo que alguna compensación había de merecer el resignarse a ser tendera una joven que podía aspirar a una posición más brillante.
Amigo, ¡oh!... Esa amistad, Cecilia, es una muralla de hielo que se interpone entre usted y yo... Comprendo que no tengo mérito alguno para merecer el amor de usted... que hay cien jóvenes en la villa que pudieran con más derecho solicitarlo... Pero lo extraño, lo que me anima y desanima a un mismo tiempo, es que usted no se ha fijado en ninguno hasta ahora... Su corazón permanece ocioso, indiferente... Digo, a no ser que tenga usted algún amor oculto.
Pero trazar una epístola amorosa de la que dependía el juicio que yo iba a merecer a mi vecina y, por lo tanto, la mayor o menor rapidez con que yo debía captarme su voluntad, no era empresa muy fácil que digamos. Además, era la primera vez que yo me metía en tales aventuras. Así, me pasé hasta la madrugada trazando una serie de borradores que al releerlos luego me parecieron detestables.
El alcalde, con la esperanza de merecer por el favor del duque de Lerma, hizo, como vulgarmente se dice, de tripas corazón, asió á tientas el cadáver por los pies, le arrastró hacia el postigo y le sacó fuera. Luego entró. ¿Habéis concluído ya? dijo el duque. Sí, excelentísimo señor. Cerrad el postigo, señora, y después traed las luces.
Palabra del Dia
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